Los grandes relojes de la Reina del Plata:
"...PATRIMONIO URBANO: EN TORRES, ORGANISMOS PUBLICOS E IGLESIAS
Los grandes relojes de la Ciudad luchan contra el paso del tiempo
Sólo funcionan 40 de los 85 relojes monumentales. Y son muy pocos los expertos encargados de cuidarlos. El Gobierno porteño recuperó algunos, pero no hay normativa para los edificios privados.
Jéssica Fainsod.
jfainsod@clarin.com
Hay que ubicarse en el tiempo. "En la Buenos Aires de hace más de cien años no era usual usar reloj pulsera o de bolsillo. Era un objeto-adorno sólo utilizado por la clase pudiente. Por eso los relojes de los monumentos, iglesias o torres eran los que guiaban la puntualidad de la ciudad", cuenta el investigador Horacio Spinetto.
Imponentes, esbeltos, estilizados por largas agujas que se mueven entre números romanos. Según el último relevamiento realizado por la Subsecretaría de Patrimonio Cultural de la Ciudad (en 2001), suman 85. En su mayor parte fueron instalados entre 1880 y 1930. Hoy continúan en lo alto, pero muchos sufrieron la desidia. Son apenas 40 los que siguen dando la hora.
De eso puede dar fe Alberto Selvaggi, relojero de profesión desde hace 48 años, el único integrante argentino de la Sociedad de Relojeros de Inglaterra. No hay reloj de Buenos Aires que no conozca. "Luché tanto por ellos que ya conseguí que se pusiesen en funcionamiento varios de los que estaban con el corazón estancado", comenta Selvaggi, considerado patrimonio viviente por la Secretaría de Cultura porteña.
Mantener, arreglar, cuidar relojes de torre es un oficio en extinción. Pero quienes aún lo hacen conocen las nimiedades y las grandezas de cada uno. Por eso saben detallar cuáles volvieron a funcionar. Selvaggi mira a lo lejos y los nombra: "El reloj de la Casa de la Cultura, el de la iglesia de Santa Felicitas y el de la iglesia del Pilar".
La Subsecretaría de Patrimonio Cultural porteña puso en marcha, hace tres años, un proyecto de restauración de relojes monumentales. "Tienen un alto valor simbólico para la historia pública y privada de la ciudad. Marcan el tiempo desde la época en que no se contaba fácilmente con relojes individuales u hogareños, y muchos de ellos acompañan, casi desde sus comienzos, a la sociedad criolla —enfatiza la arquitecta Nani Arias—. Así ya arreglamos el del Hospital Fernández, el de la iglesia de San Ignacio y el de la Casa de la Cultura. Y estamos en plan de restaurar ocho más".
A tal punto los relojes monumentales fueron trascendentales para la cotidianeidad de Buenos Aires que Juan Manuel de Rosas les dedicó un decreto. En efecto, el 17 de enero de 1849 dispuso que el reloj del Cabildo fuera "el regulador legal del tiempo". De todos modos, hoy, como cuenta Selvaggi, "es el reloj de la Legislatura el que, por tradición, rige la hora de la ciudad". El se ocupa de cuidarlo y ponerlo en hora. Para ello no descansa ni los domingos. Todos los días tiene que subir los 20 pisos por escalera, ya que el ascensor no funciona desde principios de año, para verificar que las agujas ni atrasen ni aceleren. "El reloj tiene 73 años y funciona con un sistema de pesas que son cargadas eléctricamente. Vivo a cinco cuadras de la Legislatura. A la mañana, lo primero que hago antes de desayunar es asomarme por la ventana para verificar que esté bien".
De los relojes monumentales que funcionan no todos lo hacen como en su origen. Por ejemplo, cuando después de 40 años el reloj de la iglesia de Santa Felicitas, en Barracas, volvió a repiquetear sus campanas en 1999, los vecinos comenzaron a quejarse del ruido. Hasta llegaron a hacer juicio. Y en enero de 2000 la Fiscalía Contravencional ordenó que cesara de sonar. Aunque meses después, en una audiencia de conciliación se resolvió que pueden repiquetear, pero sólo hasta las 9 de la noche.
La sección Relojería de la Dirección General de Mantenimiento Edilicio tuvo su época de oro en los años 30, cuando necesitaba 20 relojeros para mantenimiento. Hoy sólo cuenta con media docena de empleados. Carlos Caserta, con 35 años de relojero, a cargo del área, mientras muestra con orgullo el reloj de la Torre Monumental (más conocida como la Torre de los Ingleses), precisa: "Hace un minuto de diferencia por mes. O sea, dos segundos por día".
Los relojes de la ciudad que no son propiedad del Estado dependen de la voluntad del propietario del edificio, que parecen no tener urgencia en cuidarlos. De hecho, no existe normativa que regule su funcionamiento. Desde hace más de diez años, quienes caminan por Rivadavia al 1700 desconocen el sonido de los dos moros golpeando la campana del reloj del ex edificio Biológico Argentino. Simplemente no se lo ve en marcha porque el edificio parece estar en obra eternamente. Sus agujas marcan siempre las 12.30.
En un recorrido, Clarín constató que las piezas más deterioradas son las de las iglesias. Como el reloj de la iglesia San Miguel Arcángel, en Bartolomé Mitre y Suipacha, cerrada por refacciones, donde el tiempo se detuvo a las 11.15. En la parroquia de Nuestra Señora de Balvanera, en Larrea y Bartolomé Mitre, cada uno de los cuadrantes marca una hora diferente. Y eso que el edificio es Monumento Nacional.
"Es importante tomar conciencia de que hay que preservar nuestras reliquias, porque son el testimonio de nuestro pasado", dice Spinetto. En efecto, sólo se trata de cuidar el tiempo, y un tiempo donde la ciudad tenía menos ruido y más pausa para detenerse a mirar hacia arriba..."
Tomado de: Clarín.
"...PATRIMONIO URBANO: EN TORRES, ORGANISMOS PUBLICOS E IGLESIAS
Los grandes relojes de la Ciudad luchan contra el paso del tiempo
Sólo funcionan 40 de los 85 relojes monumentales. Y son muy pocos los expertos encargados de cuidarlos. El Gobierno porteño recuperó algunos, pero no hay normativa para los edificios privados.
Jéssica Fainsod.
jfainsod@clarin.com
Hay que ubicarse en el tiempo. "En la Buenos Aires de hace más de cien años no era usual usar reloj pulsera o de bolsillo. Era un objeto-adorno sólo utilizado por la clase pudiente. Por eso los relojes de los monumentos, iglesias o torres eran los que guiaban la puntualidad de la ciudad", cuenta el investigador Horacio Spinetto.
Imponentes, esbeltos, estilizados por largas agujas que se mueven entre números romanos. Según el último relevamiento realizado por la Subsecretaría de Patrimonio Cultural de la Ciudad (en 2001), suman 85. En su mayor parte fueron instalados entre 1880 y 1930. Hoy continúan en lo alto, pero muchos sufrieron la desidia. Son apenas 40 los que siguen dando la hora.
De eso puede dar fe Alberto Selvaggi, relojero de profesión desde hace 48 años, el único integrante argentino de la Sociedad de Relojeros de Inglaterra. No hay reloj de Buenos Aires que no conozca. "Luché tanto por ellos que ya conseguí que se pusiesen en funcionamiento varios de los que estaban con el corazón estancado", comenta Selvaggi, considerado patrimonio viviente por la Secretaría de Cultura porteña.
Mantener, arreglar, cuidar relojes de torre es un oficio en extinción. Pero quienes aún lo hacen conocen las nimiedades y las grandezas de cada uno. Por eso saben detallar cuáles volvieron a funcionar. Selvaggi mira a lo lejos y los nombra: "El reloj de la Casa de la Cultura, el de la iglesia de Santa Felicitas y el de la iglesia del Pilar".
La Subsecretaría de Patrimonio Cultural porteña puso en marcha, hace tres años, un proyecto de restauración de relojes monumentales. "Tienen un alto valor simbólico para la historia pública y privada de la ciudad. Marcan el tiempo desde la época en que no se contaba fácilmente con relojes individuales u hogareños, y muchos de ellos acompañan, casi desde sus comienzos, a la sociedad criolla —enfatiza la arquitecta Nani Arias—. Así ya arreglamos el del Hospital Fernández, el de la iglesia de San Ignacio y el de la Casa de la Cultura. Y estamos en plan de restaurar ocho más".
A tal punto los relojes monumentales fueron trascendentales para la cotidianeidad de Buenos Aires que Juan Manuel de Rosas les dedicó un decreto. En efecto, el 17 de enero de 1849 dispuso que el reloj del Cabildo fuera "el regulador legal del tiempo". De todos modos, hoy, como cuenta Selvaggi, "es el reloj de la Legislatura el que, por tradición, rige la hora de la ciudad". El se ocupa de cuidarlo y ponerlo en hora. Para ello no descansa ni los domingos. Todos los días tiene que subir los 20 pisos por escalera, ya que el ascensor no funciona desde principios de año, para verificar que las agujas ni atrasen ni aceleren. "El reloj tiene 73 años y funciona con un sistema de pesas que son cargadas eléctricamente. Vivo a cinco cuadras de la Legislatura. A la mañana, lo primero que hago antes de desayunar es asomarme por la ventana para verificar que esté bien".
De los relojes monumentales que funcionan no todos lo hacen como en su origen. Por ejemplo, cuando después de 40 años el reloj de la iglesia de Santa Felicitas, en Barracas, volvió a repiquetear sus campanas en 1999, los vecinos comenzaron a quejarse del ruido. Hasta llegaron a hacer juicio. Y en enero de 2000 la Fiscalía Contravencional ordenó que cesara de sonar. Aunque meses después, en una audiencia de conciliación se resolvió que pueden repiquetear, pero sólo hasta las 9 de la noche.
La sección Relojería de la Dirección General de Mantenimiento Edilicio tuvo su época de oro en los años 30, cuando necesitaba 20 relojeros para mantenimiento. Hoy sólo cuenta con media docena de empleados. Carlos Caserta, con 35 años de relojero, a cargo del área, mientras muestra con orgullo el reloj de la Torre Monumental (más conocida como la Torre de los Ingleses), precisa: "Hace un minuto de diferencia por mes. O sea, dos segundos por día".
Los relojes de la ciudad que no son propiedad del Estado dependen de la voluntad del propietario del edificio, que parecen no tener urgencia en cuidarlos. De hecho, no existe normativa que regule su funcionamiento. Desde hace más de diez años, quienes caminan por Rivadavia al 1700 desconocen el sonido de los dos moros golpeando la campana del reloj del ex edificio Biológico Argentino. Simplemente no se lo ve en marcha porque el edificio parece estar en obra eternamente. Sus agujas marcan siempre las 12.30.
En un recorrido, Clarín constató que las piezas más deterioradas son las de las iglesias. Como el reloj de la iglesia San Miguel Arcángel, en Bartolomé Mitre y Suipacha, cerrada por refacciones, donde el tiempo se detuvo a las 11.15. En la parroquia de Nuestra Señora de Balvanera, en Larrea y Bartolomé Mitre, cada uno de los cuadrantes marca una hora diferente. Y eso que el edificio es Monumento Nacional.
"Es importante tomar conciencia de que hay que preservar nuestras reliquias, porque son el testimonio de nuestro pasado", dice Spinetto. En efecto, sólo se trata de cuidar el tiempo, y un tiempo donde la ciudad tenía menos ruido y más pausa para detenerse a mirar hacia arriba..."
Tomado de: Clarín.
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