Expedientes ALFA - OMEGA

Misterio e intriga de principio a fin... curiosidades, hechos bizarros e increibles, lo "paranormal": todo lo diferente a la cotidianeidad tiene lugar en esta bitacora de fenomenos e interrogantes de dificil respuesta... porque ¡aún no hemos perdido la capacidad de asombro!

sábado, diciembre 27, 2003

Con el estreno mundial de la Tercera Parte de la Trilogía fílmica de "El Señor de los Anillos" es interesante revisar la biografía y obra de Tolkien.

"...LITERATURA

La increíble saga de Tolkien

Millones de ejemplares vendidos, tres filmes, incontables sitios de Internet. El fenómeno Tolkien ha creado una legión de fanáticos en todo el mundo. Pero ¿quién era Tolkien y cómo construyó la magnífica épica del El Señor de los Anillos?

JORGE AULICINO.

El señor John Ronald Reuel Tolkien no fue un hombre de acción. Desde 1925, a sus 33 años, y hasta su jubilación, en 1959, fue profesor de anglosajón y de literatura y lengua inglesas en la prestigiosa Universidad de Oxford en Inglaterra.
Destinado en 1916 al cuerpo de Fusileros de Lancashire durante la Primera Guerra Mundial, volvió de Francia herido por la explosión de una granada. Ese fue al parecer el único episodio violento en su vida. Ese mismo año se había casado con la novia de su adolescencia, Edith Bratt, y nunca se separó de ella. Edith, que le llevaba tres años, murió a los 82, en 1971. Tolkien murió en 1973, a los 81. Había nacido en Sudáfrica, en los límites del Imperio, pero fue un inglés cabal. Excepto en un punto: abrazó el catolicismo, con tal énfasis que llegó a distanciarse de uno de sus amigos íntimos cuando éste se convirtió a la religión anglicana.
J. R. R. Tolkien vivió en el mismo siglo y en el mismo país que Virginia Woolf, T. S. Eliot y W. H. Auden, pero ninguna de las preocupaciones que tuvieron estos innovadores en la prosa y en la poesía inglesas pareció tocarlo. No participó de ningún círculo literario y su obra no registra el tiempo histórico ni parece tener relación con la literatura de su tiempo. De hecho, Tolkien escribió durante la II Guerra Mundial uno de los libros más leídos en la segunda mitad del siglo, pero no hay allí dato concreto que permita inferir nada sobre esa guerra. A pesar de esto, ha reverdecido a comienzos del siglo XXI una lectura digamos cabalístico-política de El Señor de los Anillos, según la cual lo que allí se narra es la lucha contra el nazismo. Si se acepta que donde dice Saurón, el Oscuro, debe leerse Adolf Hitler, y que donde dice la Comunidad del Anillo deben verse a Inglaterra, Francia, la ex Unión Soviética y los EE.UU. coligados contra las fuerzas del Eje, todo parece marchar sobre ruedas. Quedaría por ver quiénes eran los Elfos, los Enanos, los Hombres y los Hobbits entre las naciones que enfrentaron al Fürher. Por mi parte, no sé —por ejemplo— quienes serían los estéticos, suaves, aguerridos, poéticos e inmortales Elfos entre ingleses, soviéticos, franceses y norteamericanos. Es cierto que algunos dicen, y es posible acordar con ellos hasta cierto punto, que en la raza de los Hobbits —campesina, tranquila, poco intelectual— retrató Tolkien a la Inglaterra profunda. Claro que cualquier país europeo de origen campesino podría verse reflejado en los simpáticos y atribulados héroes de El Señor de los Anillos.
Es mejor pensar las cosas de otro modo.

La idea matriz

"En un agujero en la tierra vivía un Hobbit", escribió Tolkien mientras corregía unos exámenes en 1930. Este fue el comienzo de un libro matriz del que surgiría una vasta mitología. Ese libro se llamó El Hobbit, y en la medida en que su autor necesitó dotar la historia de un contexto mayor, se delineó una saga inolvidable, que llegó al cine (la última de las tres películas se estrena aquí el 1ø de enero). Antes de eso, el libro creó millones de fanáticos, incontables sitios en la Internet, y una gran facturación.

El Señor de los Anillos está escrito en una prosa dinámica, no demasiado compleja ni demasiado simple, como cualquier libro de aventuras del siglo XIX. El lenguaje de la trilogía, que comenzó a publicarse en 1954, no desconoce a la industria cultural; no es tan anacrónico que repela al lector medio, ni tan experimental como para captar sólo a un círculo de lectores. En rigor, no es nada experimental. Ha elegido el formato clásico de la novela de aventuras para contar una historia sobrenatural en el marco de un mundo parecido a Europa. El que conozca apenas un poco de mitos, de lenguas y de historia podrá intuir una magnífica maquinaria intelectual, que dio como resultado esta obra curiosa, de repercusión masiva y llena, sin embargo, de una información que abruma cuando se la menciona al no-enterado. Uno de los valores del libro es que los nombres de lugares y personajes se quedan en la memoria como aquellos que uno ha escuchado desde siempre, aunque no sepa su origen.

Se sabe que Tolkien concibió primero algunas lenguas inexistentes, imaginó luego razas que hablaran esas lenguas y describió, por último, un mundo imaginario completo y los hechos que se suceden en ese mundo cuando resurge en él la fuerza del mal. Como en una especie de Big Bang literario, toda la vasta literatura de El Señor de los anillos habría estado concentrada en un puñado de palabras.

Podría creerse que fue al revés. Que pensando en el esquema de la historia medieval y en dos o tres libros canónicos antiguos (las Sagas islandesas, el Kalevala finlandés) e imaginando un pueblo que, sin un "destino manifiesto", se viera compelido a convertirse en pieza clave de una coalición contra el mal, Tolkien comenzó una novela destinada a ser leída por niños y ancianos; y que inventó en el transcurso pueblos, lugares y un bestiario. Pero no fue así. Y sabemos que no lo fue, no porque los biógrafos y exégetas de Tolkien hayan descubierto cuáles fueron sus procedimientos, sino porque el libro permite inferir otra cosa.


El todo lugar


Jamás El Señor de los Anillos podría haber empezado con el clásico "había una vez". El concepto de tiempo sufre una mágica distorsión desde el comienzo. No hubo una vez: hay una eterna vez, más bien; y esto es así desde el inicio. La Tierra Media no es un lugar imaginario. Es todo lugar. No hay espacio ni tiempo más allá de la Tierra Media. El tiempo de la Tierra Media no es aquél ni éste. Es otro tiempo.

De entrada, Tolkien nos introduce en el país de los Hobbits, la Comarca. Nos dice que los Hobbits (que en la película de Peter Jackson parecen muchachos humanos) son seres pequeños, no enanos, pero tampoco hombres. Miden entre dos y cuatro pies (60 a 120 centímetros), viven en casas construidas en huecos de las rocas o en cabañas en forma de tonel, pero no son primitivos. Utilizan conscientemente maquinarias muy simples, porque las prefieren a las más complejas, y su sentido de comunidad, más que de patria, es notorio. Se diría que estamos en cualquier poblado campesino europeo de la Edad Media. Llega el mago Gandalf y esto también es previsible en un contexto medieval. Pero Gandalf trae consigo fuegos de artificio para la fiesta que se celebrará en el poblado, y los Hobbits se regocijan pensando en el festival de luces. Ahora bien, si estuviéramos en la Edad Media, los fuegos de artificio serían para los campesinos algo poco conocido o una novedosa forma de festejar, ya que la pirotecnia se difundió lentamente en Europa en la Baja Edad Media y no fue realmente popular hasta la Edad Moderna. Sin embargo —nos dice Tolkien— los fuegos artificiales "pertenecían a un pasado legendario" y solo los Hobbits más viejos los habían visto alguna vez. En este punto, el tiempo y el espacio de la novela adquieren su sustancia. Hasta entonces, sabíamos que los Hobbits llevaban una cuenta del tiempo distinta a la de los Elfos, y que, sumados ambos calendarios, tal vez pudiera hablarse de unos 30 siglos para la Tierra Media. Pero estas cuentas parecen una convención, destinada a dotar de historicidad a una tierra totalmente imaginaria.

Un creador de mitos

Es hora de mencionar una de las tesis centrales que se ha sostenido en relación con El Señor de los Anillos. Haya sido su origen la divagación de un filólogo y medievalista de Oxford o una iluminación a partir de la invención de una serie de idiomas, la trilogía se ha señalado como el producto de un creador de mitos. Es demasiado sostener esto, pero los investigadores encontraron motivos para hacerlo. Entre nosotros, el ensayista Pablo Capanna escribió: "Como cristiano, (Tolkien) pensaba que el hombre se ha separado de la Verdad absoluta (Dios) por el pecado original, pero como no está enteramente perdido ni enteramente transformado, desgraciado pero no destronado, conserva un destello de la sabiduría divina, como una luz reflejada; en consecuencia, cuando maneja la fantasía se convierte en un sub-creador. Sólo por la creación de mitos, sólo volviéndose sub-creador e inventando historias, puede el hombre aspirar al estado de perfección que conoció antes de la Caída".

De la apreciación de Capanna debe subrayarse el verbo "inventar". Tolkien rechazaba categóricamente la alegoría, como figura que representa oblicuamente el mundo real, o las ideas reales sobre el mundo. Quiso, o debió, crear una historia entera, de cabo a rabo, que pudiera leerse sin necesidad de un cuerpo de notas al pie y ubicaciones contextuales, como se lee hoy, por ejemplo, la Divina Comedia. Habría detestado la aclaración ridícula "cualquier parecido con hechos o personas reales es mera coincidencia", porque quería precisamente eludir la coincidencia. Se valió de referencias mnemotécnicas, eso es evidente. La Tierra Media (en inglés, Middle Earth) deriva de Midgard, que para los pueblos germánicos era la única tierra, el mundo, más allá del cual se extendía el inconmensurable misterio. Elfos y enanos, está claro, son figuras comunes a las mitologías nórdicas y celta. Los horribles Orcos derivan de los ogros. Sólo los Hobbits, según todos los indicios, nacieron de un mero capricho lingüístico del escritor.

En toda la obra de este cristiano practicante no se menciona a Dios ni hay referencia ninguna al culto católico: otro motivo para pensar que la Tierra Media, aunque parecida al mundo medieval, es anterior o posterior a ese período de la historia de la humanidad. Algunos comentaristas cristianos creen ver en el hobbit Frodo (quien debe llevar el anillo maldito hasta el Monte del Destino para fundirlo en el fuego en el que fue creado) a un avatar de Cristo, en tanto hombre elegido para pasar la amarga prueba que salvará a su pueblo. ¿No se hubiese avergonzado un cristiano profundo como Tolkien ante tamaño abaratamiento de la letra bíblica? Porque el de Frodo es un destino idéntico al de los héroes de toda novela de aventuras, en general hombres comunes y pequeños que recorren un camino de iniciación, en el que los paladines son otros.

La prueba, como portal iniciativo, es también patrimonio de las religiones antiguas, en particular el chamanismo. Frodo, por último, es solo un Hobbit que acepta una misión difícil en nombre de principios que no había tenido en cuenta, y que de hecho no tiene en cuenta a lo largo de su peligrosa peregrinación hacia la fuente del mal.

El Señor de los Anillos nació dando qué hablar. Las primeras lecturas fueron tan políticas como las que se hacen hoy. En los 60, los estudiantes de los Estados Unidos solían escribir en las paredes cosas tales como "Gandalf presidente" o "Vengan a la Tierra Media", ya sea porque veían en Tolkien a un campeón de la psicodelia, de la Nueva Edad (New Age) y del naciente ecologismo, o porque hacían precisamente una lectura psicodélica de su trilogía. El libro y su autor fueron reverenciados más tarde en la Internet, y esto corresponde al nacimiento de la "red de redes", cuando su ideología era más o menos alternativa como la de muchos entre quienes crearon la computación: jóvenes obsesionados que derramaban pizza sobre sus teclados, en garajes y trailers. Jackson, el director de las películas, consultó mucho a los fanáticos de Tolkien refugiados en la Internet: la resistencia de estos catecúmenos seguramente habría amenazado el éxito en el que se convirtió la versión cinematográfica.

Es cierto que Tolkien era católico, pero solía visitar a un árbol, uno en particular, en el Jardín Botánico de Oxford, como si su pensamiento religioso abarcara el antiguo rito pagano. ¿Pero no sería esto más que la natural devoción de quien amaba la campiña inglesa y odiaba la maquinaria como engendro innecesario? ¿Ese árbol no sería el de ese cuento suyo que fue leído durante su funeral, el que narra la historia de un pintor que se propone pintar sólo una hoja y a quien una extraña voracidad lo lleva a pintar cada nervadura, luego el tallo, por fin el árbol todo, hasta que pinta un paisaje nunca visto? Tolkien había escrito a su editor: "Mi obra se me ha ido de las manos. He producido un monstruo; una novela inmensamente larga, compleja, amarga y terrorífica; bastante inadecuada para los niños, si es que resulta apta para alguien". Sin embargo, de ninguna forma estaba dispuesto a cortar una sola de sus líneas.... es decir, de sus hojas.

He odiado prejuiciosamente, lo confieso, esta historia con detallada topografía, precisas genealogías, códigos y jerga propia. Venció mi rechazo el ver la pasión con que mis hijas leían a Tolkien en su adolescencia; y cuando decidí entrar en ese mundo, descubrí que aquellas claves no eran tales, sino sitios y seres reales cuya realidad legitimaba una novela-poema, una saga bien narrada que no era reflejo de este mundo, sino tal vez del otro. Recordé entonces que La Isla del Tesoro, de Robert Louis Stevenson, uno de los mejores poemas en prosa que conozco, nació de un mapa que el escritor trazó junto con el hijo de su mujer, el "caballero americano" Samuel Lloyd Osbourne, quien lo asesoró en el relato; y que los objetos hoy casi mitológicos que se descubren en el "cofre del muerto" (el del capitán Bill Bones) fueron aportes del resto de la familia. La gente solía tener pasión por el detalle.

No me sorprende que Tolkien haya iniciado su narración fantástica con la creación de idiomas, a los que después puso hablantes; y que luego pensara en caminos y puentes, y en la forma de vestir, la dieta y las pipas de los Hobbits; y más tarde tal vez en Elfos, Enanos y Orcos; en edades y reyes; y en el ojo de Saurón enclavado en un horizonte negro. En este punto, su mundo era convincente. Y, desde luego, ya tenía vida propia. Otra.


Tolkien Básico

SUDAFRICA, 1892 - INGLATERRA, 1973. ESCRITOR

Nacido en Bloemfontein, desde los tres años vive en Inglaterra. Pasa su infancia en la campiña de Sarehole, cerca de Birmingham. Estudia en el Exeter College de Oxford, donde se gradúa en 1915. Al año siguiente se casa con Edith Bratt. Ese mismo año parte a Francia como soldado. Regresa a los pocos meses, herido y con la llamada "fiebre de la trincheras". Escribe "El Libro de los Cuentos Perdidos". En 1925, es nombrado profesor de anglosajón y de literatura inglesa en Oxford. En 1937, se publica "El Hobbit", cuya continuación será "El Señor de los Anillos", una obra que le demandó 13 años. En 1950 manda el original a la editorial, pero recién se publican en 1954. Al año siguiente, aparece el tercero. Tolkien se traslada con su mujer a Lakeside Road, Poole. Allí muere en 1973, dos años después que Edith, con quien tuvo tres hijos. Es ya famoso y lo será cada vez más desde entonces. Su novela se publicó en más de 30 idiomas y vendió millones de ejemplares.


EL FENOMENO CINEMATOGRAFICO DE "EL SEÑOR DE LOS ANILLOS"

Hay un hobbit en tu camino

ANIBAL VINELLI.

Orson Welles, uno de los grandes fabuladores de la industria fílmica, capaz de vender por teléfono un guión que no existía (nada menos que La dama de Shanghai) y cuyo título y algo de la trama inventó en el momento —el pícaro genial necesitaba los dólares con urgencia— seguramente habría amado el maniático y ordenado operativo que el director Peter Jackson y sus coguionistas pergeñaron para la kilométrica adaptación de El Señor de los Anillos.

Aún sabedor que la perfección es improbable, conociendo los peligros de enmendarle la plana —así sea parcialmente y de a ratos— a Tolkien, cuyos seguidores siguen sus escritos con fanatismo de cruzados, Jackson —un devoto él mismo— no olvidó que su prioridad pasaba por la pantalla. Y que todo aquello que no pueda contarse en acción e imagen se torna moroso y accesorio.

Así, la primera baja en el traspaso de un formato a otro han sido las descripciones de los cambiantes paisajes, desde la Comarca amable y divertida hasta los siniestros territorios de Mordor, por los que la Comunidad del Anillo transita su odisea. Están y se ven los escenarios y decorados neocelandeses y ya resulta suficiente y adecuado.

A esa inexorable crueldad mutiladora se suman los verdaderos legajos de los personajes que amasó el autor, los pasados, contexturas y ubicaciones sociales y raciales. Y también los detalles gastronómicos y predilecciones de los Hobbits, ese pueblo de glotones y exquisitos, una galería que es algo así como la vida, un desfile de radiante humanidad aunque refiera a estos encantadores duendes de la imaginación. De yapa, en películas tan largas, ¿no sería una crueldad explayarse en jamones, pasteles, golosinas y ríos de cerveza ante un público hambriento en la oscuridad de la sala? ¿Cuánto popcorn se puede devorar sin convertirse en orco?

Algunas precisiones sobran: ¿no le restaría romanticismo y credibilidad el saber que Frodo, cara de niño-adolescente es un cincuentón?

El granjero Maggot, oscilando entre el enojado propietario y el gentil anfitrión, salta de secuencia y ya no aloja a los viajeros. Y Tom Bombadil, Señor de del agua y las colinas, y su rubia compañera Baya de Oro, quedarán tan sólo en la memoria de los lectores.

Aragorn (Viggo Mortensen), que será el paladín de la tercera entrega, es no sólo guerrero sino también narrador, pero aquí no lo demuestra.

La muerte de Boromir (Sean Bean) —Tolkien y las añosas leyendas germánicas, particularmente la de Sigfrido— era el principio del segundo volumen y ahora es el final de la primera película. Cada cual abreva donde puede y conviene y Peter Jackson —este contador de historias del 2000— recuerda tanto a las novelas por entregas de Edgar Wallace y muchos otros folletinistas como a los extintos filmes de episodios de la primera mitad del siglo XX.

Concluyamos el capítulo con una nota de tensión y suspenso: si quiere saber como sigue, eche 20 centavos en la ranura —más bien unos pesos, florines o la divisa que le cuadre en boletería— y vea el próximo film.

Si leyó el libro, bien: compare y haga su propio juicio. Y si no, despreocúpese, que la película, como cualquiera entre las mejores de su especie, se explica por sí sola.

De ahí que en numerosas oportunidades, además de las mencionadas, ciertos personajes deban emprender un camino de desaparición absoluta o, por lo menos, de sabia mudanza.

En el final del segundo libro se producía un verdadero clímax por la lucha de Frodo y Sam contra el monstruo de turno. Que es una araña gigantesca y mal évola, guardiana de sombríos pasadizos, en apariencia un rival demasiado difícil para el dúo de hobbits. Todo el capítulo ha sido traslado a la tercera película, El Señor de los Anillos: el retorno del rey. Que debe vencer su propio maleficio, uno derivado de los antecedentes fílmicos de otros famosos equivalentes, por ejemplo La guerra de las galaxias o El Padrino, cuyas terceras partes fueron las más flojas de las respectivas series.

Lo que por premios, reseñas, antecedentes y recaudaciones no parece que vaya a repetirse aquí.

Por lo demás, el fenómeno, que lo es, no concluye aquí, seguirá prolongándose con las pasadas por televisión, los lanzamientos en VHS y, sobre todo, las ediciones extendidas y especiales en DVD. O sea, las leyendas de Tolkien se prolongarán en este tercer milenio.

Amable lector/espectador: quiéralo o no, hay un hobbit en su camino.


OTRAS FUENTES

SOBRE EL TEMA

LIBROS

Diccionario Enciclopédico Tolkien, Friedhelm Schneidewind, Plaza y Janés.
Tolkien, hombre y mito, Joseph Pearce, Minotauro.
Tolkien, M. White, Abacus.
La era Tolkien, Greg y Tim Hildebrandt, Norma.
Bestiario de Tolkien, David Day, Timun Más.
El Profesor de los Anillos, Ariel Pytrell, Mondragón.
Tolkien, H. Cerpenter, Minotauro.

INTERNET

http://www.tolkiensociety.org
http://www.planet-tolkien.com
http://www.tolkien.org.ar
http://www.sociedadtolkien.org
http://www.infor.uva.es/arturo/Rol/lnkfant.html
http://www.portalmix.com/anillos/obra.shtml
http://www.chez.com/tolkien/enciclopedia/
http://www.geocities.com/tenadur/mundotolkien

Tomado de: Revista Ñ, Clarín.com

1 Comments:

  • At 11:18 p. m., Blogger Hyperboreo said…

    "A pesar de esto, ha reverdecido a comienzos del siglo XXI una lectura digamos cabalístico-política de El Señor de los Anillos, según la cual lo que allí se narra es la lucha contra el nazismo. Si se acepta que donde dice Saurón, el Oscuro, debe leerse Adolf Hitler, y que donde dice la Comunidad del Anillo deben verse a Inglaterra, Francia, la ex Unión Soviética y los EE.UU. coligados contra las fuerzas del Eje, todo parece marchar sobre ruedas" ???

    ... Si claro, como no.

     

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