Expedientes ALFA - OMEGA

Misterio e intriga de principio a fin... curiosidades, hechos bizarros e increibles, lo "paranormal": todo lo diferente a la cotidianeidad tiene lugar en esta bitacora de fenomenos e interrogantes de dificil respuesta... porque ¡aún no hemos perdido la capacidad de asombro!

martes, octubre 07, 2003

Una de las mas interesantes (y escritas con mayor desparpajo) de las cartas abiertas que he leído.

"...DE MOORE A BUSH

Carta abierta al Presidente

MICHAEL MOORE

A continuación ofrecemos, por cortesía de Ediciones B, el segundo capítulo de 'Estúpidos Hombres Blancos' (Ediciones B), una carta abierta al Presidente de los Estados Unidos.

Querido George

CARTA ABIERTA AL «PRESIDENTE» GEORGE W. BUSH

Querido gobernador Bush:

Tú y yo somos como de la familia. Nuestra relación personal se remonta a muchos años atrás, aunque ninguno de los dos se haya molestado en airearla; nadie se lo creería.

Sin embargo, mi vida quedó profundamente marcada por algo muy personal que la familia Bush hizo por mí. Doy un paso adelante y confieso: vuestro primo Kevin fue el director de fotografía de Roger & Me.*

* Documental de Michael Moore en el que narra la decadencia económica de su ciudad natal, Flint, Michigan, tras el desmantelamiento de la fábrica de General Motors. (N. del T.)

Cuando hice la película, no sabía que tu madre y la de Kevin eran hermanas. Sólo pensé que Kevin, a quien cono-cí cuando filmaba la quema de una cruz por parte del Ku Klux Klan en Michigan, era uno de esos artistas bohemios que viven en Greenwich Village. Ya había realizado una película espléndida, Atomic Café, y casi en broma le pedí que viniese hasta Flint, Michigan, para enseñarme a filmar. Para mi sorpresa, aceptó y, durante una semana del año 1987, Kevin Rafferty y Anne Bohlen anduvieron por todo Flint adiestrándome en el manejo del equipo y dándome conse-jos preciosos para dirigir un documental. Sin la generosi-dad de tu primo, Roger & Me nunca se habría hecho rea-lidad.

Recuerdo el día en que tu papá fue investido presidente. Yo estaba montando la película en una sala infecta de Washington y decidí encaminarme hacia el Capitolio para presenciar el juramento de su cargo ¡Aluciné en colores al ver a tu primo Kevin, mi mentor, sentado junto a ti en el estrado! También recuerdo que los Beach Boys interpretaron Wouldn?t It Be Nice en un concierto gratuito organizado en el Mall de Washington en honor del nuevo presidente. De nuevo en la sala de montaje, mi amigo Ben no cabía en sí de gozo por la ocurrencia de usar esa misma canción sobre escenas de la devastación causada en la ciudad de Flint por la deserción de General Motors.

Meses después, cuando se estrenó la película, tu papá, el presidente, mandó que le enviaran una copia a Camp David para poder verla en familia. Cómo me hubiese gustado poder espiaros en el salón mientras contemplabais los estragos y el desaliento que se habían adueñado de mi ciudad natal gracias, en buena medida, a las decisiones tomadas por el señor Reagan y por tu padre. En ese sentido, hay algo que siempre he deseado saber. Al final de la película, cuando el ayudante del sheriff echaba a la calle los regalos y el árbol de Navidad de los niños sin techo porque debían 150 dólares de alquiler, ¿se llegaron a derramar lágrimas en la sala? ¿Alguien se sin-tió responsable de aquello? ¿O se limitaron todos a pensar «¡Eres un cámara cojonudo, Kev!»?

Bueno, eso era a finales de los ochenta. Acababas de dejar la botella y, tras algunos años de sobriedad, tratabas de «encontrarte a ti mismo» con ayuda de papá: una empresa petrolera por aquí, un equipo de béisbol por allí... Yo ten-go perfectamente claro que nunca tuviste la intención de ser presidente. En uno u otro momento, todos tenemos que de-sempeñar un trabajo que no nos gusta. ¿A quién no le ha pasado?

De todos modos, para ti debe de ser distinto. En definitiva, no se trata únicamente de que no quieras estar allí, sino de que te ves rodeado de la misma panda de carrozas que en otra época gobernó el mundo con papi. De todos esos hombres que se pasean por la Casa Blanca ?Dick, Rummy, Colin?, no hay uno solo que sea amigo tuyo. Son los viejos chochos que papi solía invitar a casa para compartir un buen puro y una botella de vodka mientras soñaban con masacrar a bombazos a los panameños.

¡Tú eres uno de nosotros: un miembro de la generación de la posguerra, un estudiante mediocre, un juerguista! ¿Qué demonios haces con esa gente? Se te están comiendo vivo y te van a escupir como un hueso de aceituna. Probablemente no te dijeron que el recorte de los impuestos pergeñado por ellos para que tú lo firmaras era un timo para estafar dinero a la clase media y entregárselo a los más ricos. Y eso que a ti no te hace falta más dinero, gracias al yayo Prescott Bush y a su mercadeo con los nazis antes y durante la Segunda Guerra Mundial.*

* A finales de la década de los treinta y a lo largo de los cuarenta, Prescott Bush, padre de George I y abuelo de W., fue uno de los siete directores de la Union Banking Corporation, propiedad de industriales nazis. Tras filtrar el dinero por medio de un banco holandés, escondieron unos 3 millones de dólares en el banco de Bush. Dado su puesto preeminente, es sumamente improbable que Bush no estuviera al corriente de la conexión nazi. Finalmente, el gobierno expropió los activos y el banco se disolvió en 1951, después de lo cual Prescott Bush ?y su padre, Sam Bush? recibieron 1,5 millones de dólares.

Sin embargo, todos esos tipos que te ofrecieron una cifra récord de 190 millones de dólares para tu campaña (dos terceras partes de los cuales procedían de sólo setecientos in-dividuos), la quieren recuperar reduplicada. Te van a acosar como perros en celo para asegurarse de que cumplas con el dictado. Puede que tu predecesor tuviera la desfachatez de alquilar el dormitorio de Lincoln a Barbra Streisand, pero eso no es nada: antes de que te enteres, tu colega, el presidente en funciones Cheney, les entregará las llaves del ala Este de la Casa Blanca a los directivos de AT&T, Enron y ExxonMobil.

Tus críticos se ceban contigo por echar la siesta y acabar tu jornada laboral hacia las 4.30 de la tarde. Deberías decirles que no haces más que instaurar una nueva tradición americana: ¡siestas para todos, y todo el mundo en casa a las cinco! Créeme: si lo haces se te recordará como el mejor presidente de la historia. ¿Cómo se atreven algunos a insinuar que no pegas golpe? ¡Mentira! No he visto a un presidente más atareado que tú. Actúas como si tus días en el poder estuviesen contados. Con el Senado en manos demócratas y la Cámara de Representantes a punto de seguir el mismo camino en las elecciones legislativas del año 2002, debes tratar de ver la botella medio llena (es un decir): todavía te quedan dos años antes de que todos esos ganadores resentidos que votaron por Gore te echen a patadas.

Aunque apenas llevas unos meses en el poder, la lista de tus logros es abrumadora:

? Has reducido en 39 millones de dólares el gasto federal dedicado a bibliotecas.

? Has recortado 35 millones de dólares de fondos para la formación pediátrica avanzada de los médicos.

? Has recortado en un 50 % los fondos destinados a la investigación sobre fuentes de energía renovable.

? Has aplazado la aprobación de leyes para la reducción de los niveles «aceptables» de arsénico en el agua potable.

? Has recortado en un 28 % los fondos de investigación para el diseño de vehículos más limpios y seguros.

? Has abrogado normas que conferían un mayor poder al gobierno para negar contratos a empresas que violan leyes federales y medioambientales y no garantizan unos mínimos de seguridad laboral.

? Has permitido que la secretaria de Interior Gale Norton solicite la apertura de parques nacionales para que en ellos se puedan talar árboles, abrir minas de carbón y hacer perforaciones para extraer gas natural.

? Has roto tu promesa de campaña de invertir 100 millones de dólares al año en la conservación forestal.

? Has reducido en un 86 % el Community Access Program, que coordinaba la ayuda sanitaria a personas sin cobertu-ra médica a través de hospitales públicos, clínicas y otros centros sanitarios.

? Has invalidado una propuesta para facilitar el acceso público a información acerca de las consecuencias potenciales de accidentes en plantas químicas.

? Has recortado en 60 millones de dólares los programas de vivienda social.

? Te has negado a ratificar el Protocolo de Kioto de 1997, firmado por 178 países para frenar el calentamiento global.

? Has rechazado un acuerdo internacional para reforzar el tratado de 1972 que prohíbe la guerra bacteriológica.

? Has recortado en 200 millones los programas de formación profesional para trabajadores desplazados.

? Has retirado 200 millones destinados al programa Childcare and Development que ofrece servicio de guardería a familias de bajos ingresos.

? Has negado a los funcionarios la cobertura médica de los anticonceptivos que precisan receta (aunque la Viagra sigue estando cubierta).

? Has recortado 700 millones de los fondos para reparaciones en viviendas sociales.

? Has reducido en 500.000 millones de dólares el presupuesto de la Agencia para la Protección del Medio Ambiente.

? Has anulado las reglas laborales «ergonómicas» diseñadas para proteger la salud y seguridad de los trabajadores.

? Has incumplido tu promesa de campaña de regular las emisiones de dióxido de carbono, factor determinante del calentamiento global.

? Has prohibido toda ayuda federal destinada a organizaciones internacionales de planificación familiar que ofrecen asesoramiento para abortar y otros servicios con sus propios fondos.

? Has nombrado al ex ejecutivo de la industria minera Dan Lauriski como subsecretario de Trabajo para la Salud y la Seguridad en las Minas.

? Has nombrado subsecretaria de Interior a Lynn Scarlett, escéptica acerca del calentamiento global y contraria a la implantación de normas más estrictas contra la contaminación del aire.

? Has aprobado el controvertido plan de la secretaria de Interior Gale Norton para subastar terrenos del litoral orien-tal de Florida a empresas relacionadas con la industria del gas y el petróleo. Has anunciado tus planes para permitir prospecciones petrolíferas en el parque nacional Lewis and Clark de Montana. ? Has amenazado con cerrar la oficina del sida de la Casa Blanca.

? Has decidido prescindir del asesoramiento de la Asociación de Abogados de Estados Unidos para los nombramientos judiciales federales.

? Has denegado ayuda económica a estudiantes declarados culpables de faltas menores relacionadas con las drogas (a pesar de que asesinos confesos pueden seguir optando a esa ayuda económica).

? Has destinado un mero 3 % de la cantidad solicitada por los letrados del Departamento de Justicia para los con-tinuados litigios de la administración contra las tabaca-leras.

? Has proseguido con tu recorte de los impuestos, un 43 % del cual beneficia al 1 % de los estadounidenses más ricos.

? Has firmado un proyecto de ley que dificultará a los americanos pobres y de clase media declararse en bancarrota, incluso cuando tengan que pagar facturas médicas elevadas.

? Has nombrado a la enemiga de la discriminación positiva Kay Cole James como directora de la Oficina de Gestión de Personal.

? Has reducido en 15,7 millones de dólares los programas destinados a la asistencia de niños maltratados.

? Has propuesto la eliminación del programa Reading is Fundamental («la lectura es imprescindible»), que distribuye libros gratuitos entre los niños de familias pobres. ? Has impulsado el desarrollo de armas nucleares menores, diseñadas para atacar objetivos subterráneos, lo que supone una violación del tratado contra pruebas nucleares.

? Has tratado de revocar normas que protegen 25 millones de hectáreas de parques naturales de la explotación forestal y de la construcción de carreteras.

? Has nombrado a John Bolton, contrario a los tratados de no proliferación armamentística y a la ONU, subsecretario de Estado para el Control de las Armas y la Seguridad Internacional.

? Has convertido a la ejecutiva de Monsanto Linda Fisher en administradora adjunta de la Agencia para la Protección del Medio Ambiente.

? Has nombrado juez federal a Michael McConnell, destacado crítico de la separación entre Iglesia y Estado.

? Has nombrado juez federal a Terrence Boyle, que se ha opuesto a los derechos civiles.

? Has cancelado la fecha límite de 2004 para que las empresas automovilísticas desarrollen prototipos de bajo consumo.

? Has nombrado zar antidroga a John Walters, ferviente detractor de los programas de rehabilitación de presos drogadictos.

? Has designado subsecretario de Interior a J. Steven Giles, miembro de los grupos de presión con intereses petrolíferos y carboníferos.

? Has nombrado a Bennett Raley, que pretende revocar la Ley de Especies en Peligro de Extinción, subsecretario de Interior para el Agua y la Investigación Científica.

Has pretendido que se desestime una querella presenta-da en Estados Unidos contra Japón por parte de mujeres asiáticas forzadas a trabajar como esclavas sexuales durante la Segunda Guerra Mundial.


Has nombrado procurador general del Estado a Ted Olson, tu principal abogado en la debacle electoral de Flo-rida.


Has propuesto la simplificación del trámite de permisos para construir refinerías y presas nucleares e hidroeléctricas, lo que implica la reducción de las normas de protección del medio ambiente.


Has propuesto la venta de áreas protegidas en Alaska que cuentan con reservas de petróleo y gas.

¡Caray! Qué pedazo de lista, ¿no? ¿De dónde sacas tanta energía? (Son las siestas, ¿a que sí?)

Naturalmente, muchas de estas medidas han recibido el beneplácito de los demócratas, a quienes más adelante les dedico unas líneas.

Pero ahora mismo lo que me ocupa y preocupa eres tú. Trata de recordar: ¿cuál fue tu primera disposición como «pre-sidente»? Antes de subir al coche para dar el tradicional paseo por la avenida Pennsylvania en tu desfile inaugural, insististe en que alguien desatornillase la matrícula de la limusina, pues en ella se podía leer el lema «Apoya a Washington D. C. como estado federal». ¿Qué te pasa? ¡Es el día más importante de tu vida y te picas por una matrícula! Relájate, fiera.

En todo caso, sospecho que me empecé a preocupar por ti mucho antes de aquel día. Durante tu campaña, salieron a la luz una serie de inquietantes revelaciones relativas a tu comportamiento. Finalmente, se diluyeron, pero yo sigo algo inseguro respecto a tu capacidad para ejecutar debidamente tu trabajo. No lo tomes como moralina ?para eso ya está Cheney?; no se trata más que de una sincera muestra de interés por parte de un buen amigo de la familia.

Iré al grano: me temo que puedas representar una amenaza para nuestra seguridad nacional.

Quizá te parezca una aseveración temeraria, pero yo no digo estas cosas a la ligera. No tiene nada que ver con nuestras leves desavenencias acerca de la ejecución de gente inocente o de la conversión de Alaska en una plataforma petrolífera. No pongo en entredicho tu patriotismo (no se puede dejar de amar un país que se ha portado tan bien contigo).

Me refiero más bien a una serie de comportamientos que muchos de los que te apreciamos hemos presenciado a lo largo de los años. Algunos de estos hábitos no representan ninguna sorpresa, otros están fuera de tu control y otros, lamentablemente, son muy comunes entre nosotros, los estadounidenses.

Puesto que tienes al alcance de la mano El Botón que podría hacernos saltar a todos en pedazos, y visto que tus decisiones tienen consecuencias de gran calado para la estabilidad del mundo, me gustaría formularte tres espinosas preguntas, y desearía que respondieses con franqueza.

1. George, ¿eres capaz de leer y escribir como un adulto?

A mí y a muchos otros nos parece que el tuyo es, tristemente, un caso de analfabetismo funcional. No es nada de lo que debas avergonzarte, pues estás bien acompañado (no hay más que contar las erratas de este libro). Millones de americanos tienen un nivel de alfabetización de cuarto de primaria. No es de extrañar que dijeses aquello de «que ningún niño se quede atrás»; ya sabías de qué iba. Pero déjame preguntarte esto: si te cuesta entender los complejos informes que recibes en calidad de líder del Mundo Cuasi-Libre, ¿cómo podemos llegar a confiarte nuestros secretos militares?

Todos los indicios de analfabetismo son evidentes, y nadie te ha desautorizado por ello. Nos ofreciste la primera prueba cuando se te preguntó por tu libro de la infancia preferido. La oruga hambrienta, respondiste.

Desgraciadamente, ese libro no se publicó hasta un año después de que te licenciaras.

Luego está la cuestión de tus expedientes universitarios, si es que son realmente los tuyos. ¿Cómo conseguiste entrar en Yale cuando otros aspirantes de 1964 tenían una media mucho mejor que la tuya?

Durante la campaña, cuando te pidieron que nombraras los libros que estabas leyendo en aquel momento, respondiste valerosamente, pero ante las preguntas sobre sus contenidos no supiste qué decir. No me sorprende que tus asesores te prohibieran participar en nuevas ruedas de prensa a dos meses del final de campaña. Tenían miedo de las preguntas... pero les acojonaban tus respuestas.

Una cosa está clara: tu sintaxis es abstrusa hasta el punto de hacer inaprensible el discurso. Al principio, el modo en que mutilabas palabras y frases resultaba simpático, casi encantador. Sin embargo, ha cobrado tintes alarmantes con el tiempo. Así, un buen día, en una entrevista te cargaste décadas de política exterior americana en Taiwan al decir que estábamos dispuestos a hacer «lo que fuera» para defender la isla y sugerir incluso que quizá mandaríamos unas tropas. Por Dios, George, el mundo enteró se puso en alerta roja.

Si vas a ser el comandante en jefe, tienes que ser capaz de comunicar tus órdenes ¿Qué sucedería si se repitieran estas meteduras de pata? ¿Sabes lo fácil que sería convertir un paso en falso en una pesadilla para la seguridad nacional? No es de extrañar que quieras incrementar el presupuesto del Pentágono, pues vamos a necesitar todo el arsenal posible cuando des la orden de «limpiar» a los rusos de la faz de la Tierra después de haberte manchado la corbata de ensaladilla rusa. Tus asistentes han declarado que no lees sus informes y que les pides que lo hagan por ti. Como primera dama, tu madre colaboró activamente con los programas de alfabetización. ¿Cabe pensar que conocía bien la dificultad de educar a un niño que no sabía leer?

No lo tomes como algo personal. Quizá se trate de una discapacidad. No hay que avergonzarse por ello. Además, yo también creo que un disléxico puede ser presidente de Estados Unidos. Albert Einstein era disléxico, y también lo es Jay Leno* (caray, Leno y Einstein en una misma oración: ¿ves cómo el lenguaje puede resultar divertido?).

* Conocido humorista y presentador de un programa nocturno de entrevistas de la cadena CBS. (N. del T.)

En cualquier caso, si te niegas a recibir ayuda, me temo que puedas llegar a representar un riesgo intolerable para el país. Necesitas ayuda. ¡Necesitas el graduado escolar!

Dinos la verdad y cada noche vendré a leerte algo antes de acostarte.

2. ¿Eres un alcohólico? En caso afirmativo, ¿cómo afecta esa condición a tus funciones como comandante en jefe?

Tampoco aquí pretendo señalar con el dedo, avergonzar ni faltar al respeto a nadie. El alcoholismo es un problema grave; afecta a millones de ciudadanos americanos, gente a la que conocemos y queremos. Muchas de esas personas logran superar su enfermedad y llevar vidas normales. Los alcohólicos pueden ser ?y han sido? presidentes de Estados Unidos. Admiro sinceramente a cualquiera que consiga vencer una adicción de este género. Tú has reconocido que no puedes controlar el alcohol y que no has probado una gota desde que cumpliste cuarenta años. Felicidades.

También nos has dicho que solías «beber demasiado» y que, finalmente, te diste cuenta de que «el alcohol empezaba a mermar mis energías y podía llegar a enturbiar mi afecto por otras personas». He aquí la definición de un alcohólico. Esto no te descalifica para ser presidente, pero requiere que respondas a algunas preguntas, especialmente después de pasar años ocultando el hecho de que en 1976 te detuvieron por conducir bebido.

¿Por qué no empleas la palabra alcohólico? Después de todo, ése es el primer paso hacia la rehabilitación. ¿Qué medidas preventivas has tomado para no descarriarte? Ser presidente de Estados Unidos es uno de los trabajos más estresantes del mundo ¿Qué has hecho para garantizar que podrás resistir la presión y la ansiedad que conlleva ser el hombre más poderoso del mundo?

¿Cómo podemos saber que no echarás mano de la botella cuando tengas que enfrentarte a una crisis seria? Nunca has desempeñado un trabajo así. De hecho, durante veinte años, que yo sepa, no has desempeñado trabajo alguno. Cuando dejaste de holgazanear, tu papá te enchufó en la industria petrolera hasta que hundiste algunas empresas y, entonces, te aupó a la presidencia de un equipo de béisbol, trabajo que te obligaba a sentarte en una caseta para presenciar un montón de lentos y cansinos partidos.

Como gobernador de Texas, dudo que tuvieras mucho estrés, pues tampoco hay mucho que hacer. Se trata de una ocupación prácticamente ceremonial. ¿Cómo afrontarás una nueva amenaza para la seguridad mundial? ¿Tienes un patrocinador al que llamar? ¿Hay alguna reunión a la que debas asistir? No hace falta que contestes a las preguntas, sólo quiero que me asegures que tú mismo te las has formulado alguna vez.

Ya sé que todo esto es muy personal, pero el pueblo tiene derecho a saber. A quienes alegan que todo eso pasó hace ya veinte años y forma parte de su vida privada, les diré algo: a mí me atropelló un conductor borracho hace veintiocho años y hasta la fecha sigo sin poder extender completamente mi brazo derecho. Lo siento, George, pero cuando te pones al volante borracho, el tema deja de ser tu vida privada para pasar a ser la mía y la de mi familia.

Los responsables de tu campaña ?de tu acceso al poder? trataron de cubrirte las espaldas, mintiendo a la prensa acerca de la naturaleza de tu detención por conducir bajo los efectos del alcohol. Aseguraron que el policía que te arres-tó te instó a detenerte porque «conducías demasiado lento»; aunque el agente en persona declaró que fue porque ibas dando bandazos hacia la cuneta. Tú mismo te apuntaste a negar los hechos cuando te interrogaron acerca de la noche que pasaste en la cárcel.

«No he estado en la cárcel», insististe. El agente le contó al periodista interesado que te esposaron, te llevaron a comisaría y allí te encerraron durante al menos una hora y media ¿Cómo es posible que no te acuerdes?

No se trata de una simple multa de tráfico. No puedo creer que tus asesores diesen a entender que la acusación por conducir borracho no era tan grave como las transgresio-nes de Clinton. Quizás esté mal mentir acerca de un encuentro sexual que tuviste con otro adulto estando casado, pero no es lo mismo que sentarse al volante de un coche en estado de ebriedad y poner en peligro las vidas de los demás (in-cluida, George, la vida de tu hermana, que iba contigo en el coche).

Y, a pesar de lo que dijeron tus defensores antes de las elecciones, lo que hiciste no es comparable con la falta que confesó Al Gore, que fue la de haber fumado hierba cuando era joven. A menos que éste condujera totalmente coloca-do, no estaba poniendo en peligro la vida de otros. Además, nunca intentó encubrirlo.

Has tratado de restar importancia al incidente diciendo «son locuras de juventud». Pero tenías más de treinta años.

El día en que tu detención se hizo pública, poco antes de las elecciones, daba pena verte fanfarronear risueño mien-tras tratabas de achacar tu acción irresponsable al «error juvenil» de haber estado tomando unas cervezas con los amigotes. Me entristecí al pensar en las familias del medio millón de personas que han muerto bajo las ruedas de borra-chos como tú desde que viviste aquella «aventurilla». Gracias a Dios que sólo seguiste bebiendo durante algunos años más después de «haber aprendido la lección». También pienso en lo mucho que habrás hecho sufrir a tu esposa, Laura. Bien sabe ella lo peligroso que puede ser ponerse al volante. A los diecisiete años mató a una amiga del instituto al pasarse un stop y atropellarla. Confío en que buscarás su orientación tan pronto como te sientas abrumado por el trabajo (hagas lo que hagas, no le pidas consejo a Dick Cheney: ha sido arrestado en dos ocasiones por conducir borracho).

Por último, tengo que confesarte lo mal que me sentí cuando, en aquella frenética semana antes de las elecciones, te escudaste en tus hijas para eludir el tema. Dijiste que te preocupaba que tu historial de embriaguez sentara un mal precedente para ellas. Sin duda este secretismo ha dado sus frutos, como demuestran las diferentes ocasiones en que las mellizas han sido detenidas este año por posesión de alcohol. En cierto modo, admiro su rebeldía. Te lo pidieron, te lo rogaron, te advirtieron: «Papá, por favor, no te presentes a la presidencia. No arruines nuestras vidas.» Pero lo hiciste. Sucedió. Ahora, como en todos los cuentos de quinceañeras, diente por diente.

El locutor del noticiario de Saturday Night Live* lo expresó mejor que nadie: «George Bush ha dicho que no confesó su condena por conducir borracho por temor a lo que sus hijas pudieran pensar de él. Prefería que lo considerasen un fracasado en los negocios que, por el momento, se dedicaba a ejecutar gente.»

Pues nada. Apúntate a Alcohólicos Anónimos, y lleva a tus hijas contigo. Os recibirán con los brazos abiertos.

* Mítico programa satírico que emite la cadena NBC cada noche de sábado. (N. del T.)

3. ¿Eres un delincuente?

En 1999, cuando se te interrogó acerca de tu presunto consumo de cocaína, alegaste que no habías cometido «ningún delito en los últimos veinticinco años». Con todo lo que hemos aprendido acerca de respuestas esquivas en los últimos ocho años, una contestación así llevaría a un observador lúcido a presuponer que los años anteriores fueron otra cosa.

¿Qué delitos cometiste antes de 1974, George?

Insisto: no lo pregunto para que se te castigue. Me preocupa que tal vez guardes algún secreto sórdido y oscuro, pues en ese caso estarías suministrando munición a quienquiera que lo desvele. Si alguien se enterase de tus secretillos, podría servirse de ellos para hacerte chantaje. Y eso te convierte en una amenaza para la seguridad nacional.

Hazme caso: alguien descubrirá lo que escondes y, cuando lo haga, será un peligro para todos. Tienes el deber de revelar la naturaleza del delito que cometiste, sea cual sea.

En otro orden de cosas, recientemente impusiste como requisito que cualquier aspirante a una beca universitaria respondiese a una pregunta en la solicitud que dice: «¿Has cometido alguna vez un delito relacionado con las drogas?» Si la respuesta es afirmativa, se le deniega la posibilidad de acceder a la ayuda económica. Eso quiere decir que muchos de ellos verán bloqueado su acceso a la enseñanza superior por haberse fumando un canuto. Según tus nuevas directrices, Jack el Destripador todavía puede optar a la beca, pero un cándido fumeta no.

¿No te parece un gesto algo hipócrita? No puede ser que les niegues una educación superior a miles de chicos cuyo único delito fue hacer lo que tú mismo das a entender que hiciste a su edad. Vaya jeta. Visto que te vamos a pagar 400.000 dólares anuales hasta el 2004 ?del mismo fondo federal que sirve para pagar las becas universitarias?, me parece justo plantearte esta pregunta: ¿se te ha acusado alguna vez de vender drogas (sin contar el alcohol o el tabaco) o de estar en posesión de ellas?

George, sabemos que te han arrestado tres veces y yo no conozco a nadie, aparte de algunos amigotes pacifistas, que haya estado en comisaría en tres ocasiones.

Además de por conducir bajo los efectos del alcohol, te han detenido por robar una guirnalda navideña con otros compañeros de tu hermandad universitaria para gastar una broma. ¿De qué va todo eso?

Tu tercer arresto se debió a conducta inadecuada durante un partido de fútbol americano. Esto es lo que, de verdad, no entiendo ¡No hay nadie que no se comporte de manera inapropiada en un partido de fútbol americano! He asistido a muchos y me han derramado encima más de una cerveza, pero hasta hoy no he visto que detengan nadie. Para hacerse notar entre una turba de hinchas mamados, hay que aplicarse al máximo.

George, tengo una teoría sobre cómo y por qué te está sucediendo todo esto. En lugar de ganarte la presidencia, te la regalaron. Así es como has conseguido todo en la vida. Dinero y apellido te han abierto todas las puertas. Sin esfuerzo, trabajo, inteligencia ni ingenio, se te ha legado una existencia privilegiada.

En seguida aprendiste que todo lo que tiene que hacer alguien como tú en Estados Unidos es presentarse. Te admi-tieron en un exclusivo internado de Nueva Inglaterra por el simple hecho de apellidarte Bush. No tenías que ganarte el puesto: te lo compraron.

Cuando ingresaste en Yale, aprendiste que podías pasarles la mano por la cara a estudiantes con mayores méritos que habían hincado los codos durante diez años para que los aceptasen en esa universidad. No lo olvides: eres un Bush.

Entraste en la Facultad de Empresariales de Harvard del mismo modo. Después de cuatro años erráticos en Yale, ocupaste la plaza que le pertenecía a otro. Entonces, nos quisiste hacer creer que habías hecho el servicio militar en la Guardia Nacional Aérea de Texas. Lo que no dijiste fue que un día te escabulliste y ya no te reincorporaste a tu unidad: un año y medio de ausencia, según el Boston Globe. No cumpliste con tus obligaciones militares porque tu nombre es Bush.

Tras varios «años perdidos» que no aparecen en tu biografía oficial, tu padre y otros miembros de la familia te regalaron un trabajo tras otro. Por más empresas que arruinabas, siempre había otra esperándote.

Por fin, acabaste como socio propietario de un gran equipo de béisbol ?otro obsequio? a pesar de que sólo aportaste una centésima parte del dinero. A continuación estafaste a los contribuyentes de Arlington, Texas, para que te ofrecieran otro donativo: un estadio nuevo de miles de millones de dólares que no tuviste que pagar.

No me extraña que te creyeras merecedor del cargo presidencial. Como no te lo ganaste, te pertenecía por derecho. No te culpo por ello, es la única vida que conoces.

La noche de las elecciones, mientras la balanza electoral se inclinaba a uno y otro lado, declaraste a la prensa que tu hermano te había asegurado que Florida era tuya. Si un miembro de la familia Bush lo decía, debía ser cierto.

Pero no lo era. Y cuando alguien te iluminó con la noción de que únicamente el voto del pueblo puede legitimar la presidencia, te saliste de tus casillas. Mandaste a tu sicario James Baker («que se jodan los judíos, nunca nos votan», fue el consejo que impartió a papá en el 92) para que empezara a soltar mentiras y atizara los temores de la nación. Al ver que eso no funcionaba, acudiste al Tribunal Federal y presentaste una demanda para que se detuviera el escrutinio de votos, porque sabías cómo iba a acabar. Si hubieras confiado en el respaldo de la gente, no te habría importado que se prosiguiera con el recuento.

Lo que de verdad me asombra es que te hayas encomendado a la mala gente del gobierno federal para que te ayudara. Tu lema a lo largo de la campaña había sido: «Mi oponente confía en el gobierno federal. Yo confío en vosotros, ¡el pueblo!» Pues bien, pronto descubrimos la verdad. Tú no confiabas en el pueblo para nada. Te fuiste directo al Tribunal Federal a reclamar lo que era «tuyo». Al principio, los jueces de Florida no picaron y alguien te dijo «no», quizá por primera vez en tu vida. Pero como ya hemos visto, los amigos de papá en el Tribunal Supremo estaban allí para arreglarlo todo.

En resumen: has sido un borracho, un ladrón, posiblemente un delincuente, un desertor impune y un llorica. El veredicto quizá te parezca cruel, pero es que el amor puede ser despiadado.

Y por amor de todo lo que es sagrado y decente, chico, te animo a que presentes tu dimisión inmediatamente y res-tituyas el buen nombre de tu familia todopoderosa. Haz que todos aquellos que aún creemos que existe una pizca de decencia en el clan nos sintamos orgullosos al comprobar que un Bush con sentido común es mejor que un Bush común y consentido.

Atentamente ..."

Fuente: El Mundo.
 
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