Algo notable de "Estúpidos Hombres Blancos" es que rescata la esencia del género panfletario...
"...ÚLTIMA OBRA DE M. MOORE
Un noble y combativo 'panfleto'
ALBERTO CAIRO
Stupid White Men, recopilación de artículos polémicos y de factura bastante irregular, tiene las mismas grandes virtudes y los mismos grandes defectos que el documental más famoso de Michael Moore, Bowling for Columbine, ganador del Oscar en la última edición. Funciona muy bien cuando el autor deja que sean los entrevistados los que hablan, si permite que la cámara, sin su intermediación, recoja los testimonios, pero muy mal cuando intenta impartir doctrina política.
En cuanto a las virtudes, Stupid White Men es un libro sincero en extremo: Moore es un hombre de izquierdas y no lo oculta. Una de sus principales preocupaciones es la falta de protección social en su país: siempre ha sostenido que las raíces de la violencia y de la descomposición social se hunden no sólo en la pobreza, sino en la imposible satisfacción del deseo de ser mejores: el Sueño Americano para Moore no consiste en que cualquiera, si se esfuerza, puede llegar a lo más alto; consiste en que, si no lo consigues, eres un fracasado. El fracaso conduce a la frustración y la frustración, en casos aislados, pero relativamente abundantes en EEUU, a la violencia. Es difícil asumir una causalidad tan rotunda, pero no se puede negar que tiene cierto encanto. Su denuncia de las diferencias económicas radicales es encomiable, aunque un tanto naif.
En cuanto al sistema político de su país, Moore no confía en su viciado bipartidismo, puesto que sabe que los que invierten en republicanos y demócratas son “siempre los mismos”. Por el contrario, propone un terapéutico “retorno a los orígenes”, al entusiasmo por la política activa, por la participación ciudadana. En el capítulo que abre el libro y en el epílogo, ambos memorables denuncias de las extrañas circunstancias que propiciaron el gobierno de George W. Bush, se declara harto de las burocracias captavotos y solicita (más bien exige), que la gente se haga oír.
No es de extrañar que le costara tanto sacar este libro al mercado –según cuenta en el prólogo- si tenemos en cuenta que en el espeso clima ideológico post-11S debe de ser merecedor de una buena caza de brujas el escribir: “Soy ciudadano de los Estados Unidos de América. Nuestro gobierno ha sido derrocado. Nuestro Presidente electo está en el exilio. Viejos hombres blancos que beben martinis y llevan pechera han ocupado nuestra capital” para, a continuación, dar un repaso a los acontecimientos que condujeron al presunto robo de las elecciones de 2000 por parte de una conspiración republicana en Florida... Moore cree que el sistema electoral norteamericano está podrido desde los cimientos. De ahí su casi histérica desesperación.
También resulta interesante cuando argumenta que la administración Clinton no fue tan beneficiosa para las clases empobrecidas como tantos comentaristas adscritos a la Tercera Vía quieren hacernos creer. Moore sostiene que muchas de las políticas reaccionarias de Bush Jr. tienen su origen en el anterior inquilino de la Casa Blanca. Bush “es sólo una versión más desagradable y mezquina de lo que ya hemos vivido durante los noventa”, pero no porque sea peor a grandes rasgos, sino porque no se disfraza de cordero para recortar inversiones en la escuela pública, en ayudas a las madres adolescentes o en recursos sanitarios para los que no disfrutan de un seguro privado. Para Moore, Clinton, además de “uno de los mejores presidentes republicanos que hemos tenido”, es un gran publicista de sí mismo.
Hasta aquí, todo correcto y francamente divertido. Sus caricaturas de personajes como George W. Bush y de todo su equipo (Rice, Rumsfeld, Cheney...), amén de la del ridículo y siniestro dictador norcoreano Kim II Sung, son sensacionales. Sin embargo, el libro se vuelve irritante cuando entra en apresurados análisis de la alta política. ¿Qué tiene Michael Moore que decir, por ejemplo, sobre el conflicto de Oriente Medio? Muy poco y de interés escaso. A pesar de que apunte verdades evidentes (“el terrorismo individualizado es malo, pero el terrorismo impulsado por un Estado es repugnante”) exigir que se retire toda ayuda a Israel, sin apoyar al mismo tiempo la eliminación de los grupos fundamentalistas palestinos, es una barbaridad. El problema de Oriente Medio es bastante más complicado de lo que Moore parece creer: no basta con escribir una carta abierta a Arafat recomendándole la “resistencia pasiva y pacífica” en un ejercicio de miopía moral sorprendente. Y a los terroristas religiosos no se les combate sólo con palabras.
Tampoco es convincente cuando saca conclusiones sobre algunos puntos oscuros de la realidad cotidiana americana, gran problema también de Bowling for Columbine. O cuando analiza –es un decir- ciertas disfunciones de la economía capitalista, o incluso cuando explica por qué en EEUU sigue existiendo la segregación racial a pesar de las sucesivas iniciativas en pro de la integración (resulta hilarante, por cierto, cuando se interroga sobre por qué tantos blancos acomodados y bienpensantes hablan de sus “amigos negros”, cuando para Moore es evidente que esos “amigos negros” no existen). Los deméritos de Stupid White Men, sin embargo, no restan interés al conjunto: después de todo, no es un ensayo político sino un combativo panfleto, en el sentido más noble de la palabra..."
Fuente: El Mundo.
"...ÚLTIMA OBRA DE M. MOORE
Un noble y combativo 'panfleto'
ALBERTO CAIRO
Stupid White Men, recopilación de artículos polémicos y de factura bastante irregular, tiene las mismas grandes virtudes y los mismos grandes defectos que el documental más famoso de Michael Moore, Bowling for Columbine, ganador del Oscar en la última edición. Funciona muy bien cuando el autor deja que sean los entrevistados los que hablan, si permite que la cámara, sin su intermediación, recoja los testimonios, pero muy mal cuando intenta impartir doctrina política.
En cuanto a las virtudes, Stupid White Men es un libro sincero en extremo: Moore es un hombre de izquierdas y no lo oculta. Una de sus principales preocupaciones es la falta de protección social en su país: siempre ha sostenido que las raíces de la violencia y de la descomposición social se hunden no sólo en la pobreza, sino en la imposible satisfacción del deseo de ser mejores: el Sueño Americano para Moore no consiste en que cualquiera, si se esfuerza, puede llegar a lo más alto; consiste en que, si no lo consigues, eres un fracasado. El fracaso conduce a la frustración y la frustración, en casos aislados, pero relativamente abundantes en EEUU, a la violencia. Es difícil asumir una causalidad tan rotunda, pero no se puede negar que tiene cierto encanto. Su denuncia de las diferencias económicas radicales es encomiable, aunque un tanto naif.
En cuanto al sistema político de su país, Moore no confía en su viciado bipartidismo, puesto que sabe que los que invierten en republicanos y demócratas son “siempre los mismos”. Por el contrario, propone un terapéutico “retorno a los orígenes”, al entusiasmo por la política activa, por la participación ciudadana. En el capítulo que abre el libro y en el epílogo, ambos memorables denuncias de las extrañas circunstancias que propiciaron el gobierno de George W. Bush, se declara harto de las burocracias captavotos y solicita (más bien exige), que la gente se haga oír.
No es de extrañar que le costara tanto sacar este libro al mercado –según cuenta en el prólogo- si tenemos en cuenta que en el espeso clima ideológico post-11S debe de ser merecedor de una buena caza de brujas el escribir: “Soy ciudadano de los Estados Unidos de América. Nuestro gobierno ha sido derrocado. Nuestro Presidente electo está en el exilio. Viejos hombres blancos que beben martinis y llevan pechera han ocupado nuestra capital” para, a continuación, dar un repaso a los acontecimientos que condujeron al presunto robo de las elecciones de 2000 por parte de una conspiración republicana en Florida... Moore cree que el sistema electoral norteamericano está podrido desde los cimientos. De ahí su casi histérica desesperación.
También resulta interesante cuando argumenta que la administración Clinton no fue tan beneficiosa para las clases empobrecidas como tantos comentaristas adscritos a la Tercera Vía quieren hacernos creer. Moore sostiene que muchas de las políticas reaccionarias de Bush Jr. tienen su origen en el anterior inquilino de la Casa Blanca. Bush “es sólo una versión más desagradable y mezquina de lo que ya hemos vivido durante los noventa”, pero no porque sea peor a grandes rasgos, sino porque no se disfraza de cordero para recortar inversiones en la escuela pública, en ayudas a las madres adolescentes o en recursos sanitarios para los que no disfrutan de un seguro privado. Para Moore, Clinton, además de “uno de los mejores presidentes republicanos que hemos tenido”, es un gran publicista de sí mismo.
Hasta aquí, todo correcto y francamente divertido. Sus caricaturas de personajes como George W. Bush y de todo su equipo (Rice, Rumsfeld, Cheney...), amén de la del ridículo y siniestro dictador norcoreano Kim II Sung, son sensacionales. Sin embargo, el libro se vuelve irritante cuando entra en apresurados análisis de la alta política. ¿Qué tiene Michael Moore que decir, por ejemplo, sobre el conflicto de Oriente Medio? Muy poco y de interés escaso. A pesar de que apunte verdades evidentes (“el terrorismo individualizado es malo, pero el terrorismo impulsado por un Estado es repugnante”) exigir que se retire toda ayuda a Israel, sin apoyar al mismo tiempo la eliminación de los grupos fundamentalistas palestinos, es una barbaridad. El problema de Oriente Medio es bastante más complicado de lo que Moore parece creer: no basta con escribir una carta abierta a Arafat recomendándole la “resistencia pasiva y pacífica” en un ejercicio de miopía moral sorprendente. Y a los terroristas religiosos no se les combate sólo con palabras.
Tampoco es convincente cuando saca conclusiones sobre algunos puntos oscuros de la realidad cotidiana americana, gran problema también de Bowling for Columbine. O cuando analiza –es un decir- ciertas disfunciones de la economía capitalista, o incluso cuando explica por qué en EEUU sigue existiendo la segregación racial a pesar de las sucesivas iniciativas en pro de la integración (resulta hilarante, por cierto, cuando se interroga sobre por qué tantos blancos acomodados y bienpensantes hablan de sus “amigos negros”, cuando para Moore es evidente que esos “amigos negros” no existen). Los deméritos de Stupid White Men, sin embargo, no restan interés al conjunto: después de todo, no es un ensayo político sino un combativo panfleto, en el sentido más noble de la palabra..."
Fuente: El Mundo.
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