"El dinero no hace la felicidad" ¿cuántas veces hemos oído esa manida frase? Sin embargo, en este caso particular, la fortuna, la perturbación mental y la tragedia forman el tramado de una trágica existencia:
"...SOCIEDAD
EE.UU.: un millonario mató a su vecino, huyó y fue atrapado por robar un sándwich de US$ 5
Robert Durst tiene 60 años y es el heredero del imperio inmobiliario que fundó su padre. En 2001, la Justicia reabrió la causa por la desaparición de su primera mujer. Acosado por la prensa, se refugió en un pueblito texano, donde mató y descuartizó a su vecino. “Fue un accidente”, dijo.
Hace dos años, David Avina llevó a sus dos hijos a pescar a la isla Galveston, en Texas, Estados Unidos. Todo marchó bien hasta que, de repente, uno de ellos señaló el agua y gritó: “Papá, hay un cerdo flotando”. En realidad, no era un cerdo. Era un cuerpo sin brazos ni piernas ni cabeza. Avina salió corriendo y llamó a la policía. El hallazgo del cuerpo dio lugar a uno de los homicidios más extraños de la historia legal de los EE.UU. y encendió la mecha de una historia de horror gótico que vincula el mundo de las inmobiliarias de Manhattan con las lagunas pantanosas de la costa texana. En el centro del asunto está el enigmático empresario de bienes raíces Robert Durst, de 60 años, heredero de una de las mayores fortunas de los EE.UU..
Para algunos, Durst es un loco brutal, tal vez un asesino serial, que llegó a Galveston disfrazado de mujer discapacitada y terminó asesinando a su vecino. Para otros, es víctima de un terrible accidente. El juicio por homicidio que enfrenta Durst comenzó la semana pasada en Galveston y decidirá cuál es la realidad. Algo está claro: Durst mató a Morris Black, un hombre de 71 años que vivía en el mismo edificio que él. Le pegó un tiro en la cabeza, en su propia cocina, luego salió a la calle, compró una lona y un paquete de bolsas de basura y lo descuartizó con sus propias manos. Finalmente, metió los pedazos en las bolsas y los tiró a la bahía de Galveston, donde los encontró Avina. El único faltante: la cabeza de Black, que nunca apareció.
La defensa de Durst es simple: fue un accidente. Black era un hombre peligroso con mal carácter. Durst regresó una noche y se encontró con que Black había entrado en su departamento y empuñaba un arma de su propiedad. Durante la pelea, Black se cayó y el arma se disparó. Cuando se le pidió que confesara, Durst dijo: “Fue en defensa propia. Fue un accidente”. La fortuna le permitió a Durst armar un “dream team” de abogados texanos, a los que se conoce como “Los cowboys” porque usan botas con espuelas y sombreros de vaquero, cuyos honorarios son astronómicos. La semana pasada, la defensa de Durst pintó un cuadro extraño de su cliente: un hombre solitario y excéntrico, que “tal vez” sufra el síndrome de Asperger, que es una forma de autismo.
Los abogados dijeron que, hace 2 años, cuando Durst decidió evitar el acoso de los medios tras la reapertura de la causa iniciada luego de la misteriosa desaparición de su primera esposa, ocurrida en la década de los 80, eligió refugiarse en Galveston, una ciudad decadente frente a una bahía pantanosa. Llegó allí haciéndose pasar por una mujer: con una peluca y un vestido, alquiló un departamento por 300 dólares por mes en la Avenida K, cerca del centro. Se hizo pasar por sordomuda y se rebautizó como Dorothy Ciner, en honor a una compañera suya de la secundaria. Su comportamiento no llamó la atención de la ciudad, a menudo, refugio de marginales. Black vivía en el departamento de enfrente de Durst.
Según sus abogados, Durst se dio cuenta de que, incluso en Galveston, la gente no iba a creer fácilmente su versión del asesinato de Black. Así que entró en pánico y se deshizo del cuerpo. Unos restos que quedaron en las bolsas de residuos rápidamente condujeron a la policía al departamento de la Avenida K. Durst fue arrestado pero, su fortuna le permitió escapar: le resultó fácil pagar la fianza establecida por el juez en 300 mil dólares. Cuando desapareció, la policía lo persiguió durante seis semanas por todos los EE.UU.. Con una tarjeta de crédito American Express ilimitada, Durst solía gastar miles de dólares en un solo día. Paraba en las Trump Towers, cerca del Central Park, y en moteles ruteros. Le daba lo mismo.
En una oportunidad, incluso, usó el registro de conducir de Black para alquilar un viejo Chevy destartalado. También apeló a la identidad de su víctima para registrarse en el Hotel Marriot, en Alabama, donde ocupó la habitación 327. Su doble vida terminó en la pequeña ciudad de Hanover, en el estado de Pennsylvania, cuando lo atraparon robando un sándwich de pollo de 5 dólares. Cuando la policía lo revisó, encontró 500 dólares en sus bolsillos y 38 mil más en la guantera de su auto. “No puedo creer lo estúpido que soy”, le dijo a los policías. Un triste final para una vida de extremos. Por un lado, Durst lo tenía todo: como heredero del imperio de su padre, recibió la mejor educación y vivió como quiso. Por el otro, fue un niño (y, luego, un hombre) infeliz, sin amigos, sin familia, sin nada.
Durst tuvo una niñez desdichada, marcada por el suicidio de su madre, y, para colmo, un hermano menor le arrebató el lugar y no pudo hacerse cargo de la empresa familiar, tal como él esperaba. Su primera esposa, Kathie, desapareció en 1982. Su cuerpo nunca apareció. Tenía 29 años y le faltaba poco para recibirse de médica. Los amigos dijeron que quería divorciarse y Durst, que fue la última persona que la vio con vida, tardó cinco días en comunicar que había desaparecido. Durst también fue catalogado como “sospechoso” en el asesinato de su amiga Susan Berman, muerta en 2000 en Los Angeles. La policía de California también quiso entrevistar a Durst con respecto a la desaparición de dos chicas, Kristen Modafferi de 18 años y Karen Mitchell de 16, en 1997.
Sin embargo, nunca se presentaron cargos en su contra, excepto en el caso de Black. Los fiscales saben que Durst lo mató y lo cortó en pedazos. Ahora sólo tienen que demostrar que no fue un accidente. La semana pasada, el fiscal Kurt Sistrunk dijo que el hallazgo de los restos de Black fue una bendición para la Justicia. En la corte, Durst es una figura solitaria, siempre (y exclusivamente) rodeado por sus abogados texanos. La novelista Julie Baumgold lo conoce desde que era chico. Ella sabe que su fortuna nunca lo hizo feliz. ¿Es un asesino despiadado o un enfermo mental con mucha mala suerte y una fortuna que nunca disfrutó?, le preguntaron. “No creo que sepa bien quién es. Se pasó toda la vida intentando descubrirlo”, contestó Baumgold.
© The Observer
Traducción de Claudia Martínez..."
Fuente: Clarín.
"...SOCIEDAD
EE.UU.: un millonario mató a su vecino, huyó y fue atrapado por robar un sándwich de US$ 5
Robert Durst tiene 60 años y es el heredero del imperio inmobiliario que fundó su padre. En 2001, la Justicia reabrió la causa por la desaparición de su primera mujer. Acosado por la prensa, se refugió en un pueblito texano, donde mató y descuartizó a su vecino. “Fue un accidente”, dijo.
Hace dos años, David Avina llevó a sus dos hijos a pescar a la isla Galveston, en Texas, Estados Unidos. Todo marchó bien hasta que, de repente, uno de ellos señaló el agua y gritó: “Papá, hay un cerdo flotando”. En realidad, no era un cerdo. Era un cuerpo sin brazos ni piernas ni cabeza. Avina salió corriendo y llamó a la policía. El hallazgo del cuerpo dio lugar a uno de los homicidios más extraños de la historia legal de los EE.UU. y encendió la mecha de una historia de horror gótico que vincula el mundo de las inmobiliarias de Manhattan con las lagunas pantanosas de la costa texana. En el centro del asunto está el enigmático empresario de bienes raíces Robert Durst, de 60 años, heredero de una de las mayores fortunas de los EE.UU..
Para algunos, Durst es un loco brutal, tal vez un asesino serial, que llegó a Galveston disfrazado de mujer discapacitada y terminó asesinando a su vecino. Para otros, es víctima de un terrible accidente. El juicio por homicidio que enfrenta Durst comenzó la semana pasada en Galveston y decidirá cuál es la realidad. Algo está claro: Durst mató a Morris Black, un hombre de 71 años que vivía en el mismo edificio que él. Le pegó un tiro en la cabeza, en su propia cocina, luego salió a la calle, compró una lona y un paquete de bolsas de basura y lo descuartizó con sus propias manos. Finalmente, metió los pedazos en las bolsas y los tiró a la bahía de Galveston, donde los encontró Avina. El único faltante: la cabeza de Black, que nunca apareció.
La defensa de Durst es simple: fue un accidente. Black era un hombre peligroso con mal carácter. Durst regresó una noche y se encontró con que Black había entrado en su departamento y empuñaba un arma de su propiedad. Durante la pelea, Black se cayó y el arma se disparó. Cuando se le pidió que confesara, Durst dijo: “Fue en defensa propia. Fue un accidente”. La fortuna le permitió a Durst armar un “dream team” de abogados texanos, a los que se conoce como “Los cowboys” porque usan botas con espuelas y sombreros de vaquero, cuyos honorarios son astronómicos. La semana pasada, la defensa de Durst pintó un cuadro extraño de su cliente: un hombre solitario y excéntrico, que “tal vez” sufra el síndrome de Asperger, que es una forma de autismo.
Los abogados dijeron que, hace 2 años, cuando Durst decidió evitar el acoso de los medios tras la reapertura de la causa iniciada luego de la misteriosa desaparición de su primera esposa, ocurrida en la década de los 80, eligió refugiarse en Galveston, una ciudad decadente frente a una bahía pantanosa. Llegó allí haciéndose pasar por una mujer: con una peluca y un vestido, alquiló un departamento por 300 dólares por mes en la Avenida K, cerca del centro. Se hizo pasar por sordomuda y se rebautizó como Dorothy Ciner, en honor a una compañera suya de la secundaria. Su comportamiento no llamó la atención de la ciudad, a menudo, refugio de marginales. Black vivía en el departamento de enfrente de Durst.
Según sus abogados, Durst se dio cuenta de que, incluso en Galveston, la gente no iba a creer fácilmente su versión del asesinato de Black. Así que entró en pánico y se deshizo del cuerpo. Unos restos que quedaron en las bolsas de residuos rápidamente condujeron a la policía al departamento de la Avenida K. Durst fue arrestado pero, su fortuna le permitió escapar: le resultó fácil pagar la fianza establecida por el juez en 300 mil dólares. Cuando desapareció, la policía lo persiguió durante seis semanas por todos los EE.UU.. Con una tarjeta de crédito American Express ilimitada, Durst solía gastar miles de dólares en un solo día. Paraba en las Trump Towers, cerca del Central Park, y en moteles ruteros. Le daba lo mismo.
En una oportunidad, incluso, usó el registro de conducir de Black para alquilar un viejo Chevy destartalado. También apeló a la identidad de su víctima para registrarse en el Hotel Marriot, en Alabama, donde ocupó la habitación 327. Su doble vida terminó en la pequeña ciudad de Hanover, en el estado de Pennsylvania, cuando lo atraparon robando un sándwich de pollo de 5 dólares. Cuando la policía lo revisó, encontró 500 dólares en sus bolsillos y 38 mil más en la guantera de su auto. “No puedo creer lo estúpido que soy”, le dijo a los policías. Un triste final para una vida de extremos. Por un lado, Durst lo tenía todo: como heredero del imperio de su padre, recibió la mejor educación y vivió como quiso. Por el otro, fue un niño (y, luego, un hombre) infeliz, sin amigos, sin familia, sin nada.
Durst tuvo una niñez desdichada, marcada por el suicidio de su madre, y, para colmo, un hermano menor le arrebató el lugar y no pudo hacerse cargo de la empresa familiar, tal como él esperaba. Su primera esposa, Kathie, desapareció en 1982. Su cuerpo nunca apareció. Tenía 29 años y le faltaba poco para recibirse de médica. Los amigos dijeron que quería divorciarse y Durst, que fue la última persona que la vio con vida, tardó cinco días en comunicar que había desaparecido. Durst también fue catalogado como “sospechoso” en el asesinato de su amiga Susan Berman, muerta en 2000 en Los Angeles. La policía de California también quiso entrevistar a Durst con respecto a la desaparición de dos chicas, Kristen Modafferi de 18 años y Karen Mitchell de 16, en 1997.
Sin embargo, nunca se presentaron cargos en su contra, excepto en el caso de Black. Los fiscales saben que Durst lo mató y lo cortó en pedazos. Ahora sólo tienen que demostrar que no fue un accidente. La semana pasada, el fiscal Kurt Sistrunk dijo que el hallazgo de los restos de Black fue una bendición para la Justicia. En la corte, Durst es una figura solitaria, siempre (y exclusivamente) rodeado por sus abogados texanos. La novelista Julie Baumgold lo conoce desde que era chico. Ella sabe que su fortuna nunca lo hizo feliz. ¿Es un asesino despiadado o un enfermo mental con mucha mala suerte y una fortuna que nunca disfrutó?, le preguntaron. “No creo que sepa bien quién es. Se pasó toda la vida intentando descubrirlo”, contestó Baumgold.
© The Observer
Traducción de Claudia Martínez..."
Fuente: Clarín.
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