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Misterio e intriga de principio a fin... curiosidades, hechos bizarros e increibles, lo "paranormal": todo lo diferente a la cotidianeidad tiene lugar en esta bitacora de fenomenos e interrogantes de dificil respuesta... porque ¡aún no hemos perdido la capacidad de asombro!

domingo, enero 09, 2005

La vigencia del Quijote de la Mancha

CULTURA: MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA


La vigencia del Quijote de la Mancha


Ya pasaron cuatro siglos desde que la pluma de Cervantes le dio vida al hidalgo caballero de la Mancha. Inspirado en buena parte de la azarosa vida de su autor, El Quijote sigue vigente como una de las obras cumbres de la literatura universal.

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Alberto Amato.
aamato@clarin.com

El mismo fue un Quijote, enorme, desmedido, también errante, sin ese jamelgo flaco y hastiado que corrió las andanzas de su Alonso Quijano, pero con el mismo espíritu libertario, caótico y rebelde de su personaje máximo.

Construyó una obra inmortal, parió para los siglos un idioma enriquecedor, inagotable, perpetuo. Sus frases, célebres, dan cuenta de una pluma sin igual.

Fue el padre de la novela moderna, colocó a su Quijote enloquecido al lado de los mares de la Ilíada, de las batallas de la Odisea y de los círculos de la Divina Comedia; fue aventurero, esclavo, condenado, desdichado y héroe de guerra; cargó con una familia calamitosa y desventurada y con la dudosa profesión de ser Comisario Real de Cereales y Aceites de su muy graciosa majestad don Felipe II; y murió pobre y casi solo, sin saber que cuatro siglos después todavía reverenciamos su obra, su vida, sus decires, sus cantares y, al igual que su Quijote infinito, navegamos los mares terrosos de nuestras propias llanuras manchegas, a la grupa de lo que podamos y sin poder ya batallar.

Y todo lo hizo don Miguel de Cervantes Saavedra escudado detrás de un rostro oval, rubicundo e inocente, detrás de una nariz de águila y de unos ojos de mirar el mundo con la impronta de los granujas a los que intentaban dar seriedad y prestancia una barba en punta y unos bigotazos hacia abajo que sellaban una boca en línea que no se abría para sonreír, porque don Miguel no tenía más que seis dientes. Y podridos. Así, con ese rostro en el que flota un dejo de tristeza, nos lo pintaron para siempre en una especie de retrato único, un icono inmortal como su obra de gloria que le dio tanta fama y tan poca fortuna.

Se sabe poco de él. Sobre todo de sus años iniciales. Pergeñó su Quijote tal vez a los cuarenta y cuatro años y lo vio publicado cuando tenía cincuenta y siete.

Se murió doce años después, con el retintín de la celebridad endulzando sus oídos. Y nada más.

Cuando hubo que reconstruir su vida, todo estaba sepultado en el pasado incierto, enterrado junto a la lanza de embestir molinos de su personaje más amado.

Don Miguel nació en Alcalá de Henares en 1547. Está bautizado en la parroquia de Santa María la Mayor el 9 de octubre de 1547.

A veces se toma esa fecha como la de su nacimiento, porque a los recién nacidos se los bautizaba entonces como de rayo, porque la muerte batía las alas sobre ellos.

Pero el 29 de setiembre es la fiesta de San Miguel, y es probable que Don Miguel haya nacido entonces, y de allí el nombre. Tres años después la familia vivía ya en Valladolid.


El fugitivo

El padre, Rodrigo de Cervantes, era un cirujano de poca monta, itinerante y vagabundo, lo que llevó a pensar a algunos historiadores que el padre de Don Miguel fuese tal vez un converso en aquella tierra que había expulsado a los judíos. Los cervantinos niegan semejante posibilidad. La madre Leonor de Cortinas tuvo siete hijos, dos murieron muy chicos, y Don Miguel fue el tercero después de dos mujeres.

Es todo. Don Miguel de Cervantes aparece después en 1566, a los diecinueve años, con su familia radicada en Madrid y él bajo la vara del catedrático de gramática Juan López de Hoyos, quien en 1569 incluye tres poemas del joven Miguel en un libro dedicado a la infortunada Isabel de Valois, tercera mujer del no menos infortunado Felipe II que la había perdido el año anterior.

Para cuando esos poemas primeros ven la luz -origen de su vida literaria-, el joven Miguel, de veintidós años, ya no está en Madrid. Está en Roma. Es un fugitivo. Hirió en duelo a un tal Antonio Sigura y está condenado en rebeldía. Tumulto, espada, fuga, caminos abiertos. Miguel delinea a su Quijote. Ha leído ya cerca de doscientas novelas de caballería. No ha perdido la razón como su personaje, pero como a su Don Quijote del futuro le remueven el pecho unas pasiones incontroladas por las aventuras y los caminos en un mundo que se acaba: "Las armas requieren espíritu como las letras", dirá Don Miguel. Y dos años después, el 7 de octubre de 1571 es un soldado más a bordo de la galera Marquesa, que forma parte de la armada cristiana que está por decretar el principio del fin del Imperio Otomano: trescientos barcos, ochenta mil hombres, que a la batalla se va con lo que se tiene, todos bajo la espada de don Juan de Austria. Y Miguel, con fiebre, en la bodega de la Marquesa que enfila hacia Lepanto.

Le sugieren que mejor no. Que más le vale el resguardo, que puede terminar asaeteado por las balas infieles. Pero Miguel contesta "qué dirán dél, y que no hacía lo que debía y que más quería morir peleando por Dios y por su Rey que no meterse so cubierta por su salud". Una quijotada. Sale herido de dos arcabuzazos en el pecho y un tercero en una mano. Duelen más en el orgullo. Los del pecho se curan y la mano izquierda queda estropeada, anquilosada y yerta. Aun tullido, el muchacho se batirá al año siguiente en Navarino, en la azul Corfú y en Túnez, siempre en pos del infiel y en aras de su buen rey. Don Miguel honrará siempre el recuerdo de esas batallas y sus heridas. Y su Quijote vivirá con ufanía sus embates de ciego contra los enemigos agigantados por la sinrazón, y el agraz de su cuerpo descoyuntado le endulzará las noches de fatiga.


Una vida de novela

Por fin Don Miguel regresa a España. O eso intenta. Lleva en la escarcela unas cartas de recomendación de don Juan de Austria. Pero el 26 de setiembre de 1575, cerca de Cadaqués, una flotilla turca asalta la galera en la que viaja, la Sol, y Miguel cae prisionero junto a Rodrigo, su hermano menor. Las cartas de don Juan hacen pensar que quien las porta es rico y que por él se puede pedir un buen rescate. Un mal entendido. Don Miguel es entregado como esclavo a un renegado griego. Una novela.

Pasa cinco años como cautivo y como esclavo en Argel.

Intenta fugarse cuatro veces, pero siempre es delatado por falsos amigos, por sacerdotes corruptos, por mostrencos falaces y turbios. Su Quijote del futuro le dará alas a la libertad y a la lealtad, a la amistad y a la nobleza. Sancho. ¿Es así como se forja una obra inmortal? ¿En qué cosas piensa Don Miguel mientras piensa e imagina a su Quijote?

¿Cómo es que a cuatro siglos de ver la luz, ese flaco delirante, puesto en ridículo y castigado por los hombres y el destino, con un ladero ramplón y mal entretenido, pueda ser aún un ejemplo universal, un faro, un paradigma? ¿Es su espíritu rebelde y justiciero? ¿Es su deseo de cambiar el mundo para bien? ¿Es su insistencia fatalista de cargar contra lo inamovible, esos molinos que se agitan como gigantes, para derrotar a la mediocridad, a lo obvio? Desde el Quijote a hoy, los molinos han instrumentado una estrategia de resistencia: cambiar algo es soñar en vano, es una ilusión, una utopía, una ficción, es un mito, un ensueño, una quijotada. Pero no. Es Cervantes.


¿Dulcinea es Dulce Ana?

El 19 de setiembre de 1580 pagan rescate por el esclavo Don Miguel que deja Argel y su odisea junto a otros cautivos. Llega a España en octubre, cuando en el otro lado del mundo su compatriota Juan de Garay hace ya cuatro meses que fundó por segunda vez otro ejemplo de tozudez fatalista:Buenos Aires. Don Miguel sueña con esas Indias. Quiere organizar su vida, quiere pensar, tal vez escribir. Su familia se endeudó para pagar su rescate; necesita dinero; viaja a Portugal, donde está la corte de Felipe II, y pide que lo envíen al nuevo mundo.

Pero lo envían a Orán, otra vez Argelia, en misión secreta y aún desconocida: ahora es un espía y la aventura continúa.

¿Y el amor? Don Miguel imagina el del Quijote con Dulcinea, la de El Toboso, un pueblo toledano de menos de mil habitantes que hoy muestra a los turistas la casa falsa de la Dulcinea imaginada.

Don Miguel anduvo por allí, tras las faldas de una tal Ana María Martínez Zarco de Morales. Ana. Dulce Ana. ¿Es "Dulcinea" "Dulce Ana? Los amores de Don Miguel van por las casadas. Tiene una hija natural, Isabel, con Ana Villafranca de Rojas, pero se casa el 12 de diciembre de 1584 con Catalina Salazar. Ya escribió su primera gran obra, La Galatea, oscurecida por el resplandor posterior de su Quijote único. El oficio de escritor no le da dinero.

Años después, Don Miguel hará que su Sancho Panza, gobernador de la ínsula de Barataria, grite: "Oficio que no da de comer a su dueño no vale dos habas".


Un soldado valiente

Entre 1587 y 1600 Don Miguel vive en Sevilla para ganarse la vida como "Comisario Real de Cereales y Aceites", oficio de nombre pomposo y empeño ruin: consiste en la requisa de cereales y aceite por la Andalucía empobrecida, con destino al engorde de las arcas reales: Felipe II planea enviar a su Armada Invencible contra Inglaterra.

En agosto de 1588 de la Armada Invencible no queda ya sino el nombre, destrozada por sir Francis Drake. Don Miguel vuelve a mirar a su rey: le presenta su historial de soldado valiente y decidido y su resumen de servicios fieles y jamás bien pagos y pide, otra vez, que le envíen a las Indias y firma con un doble apellido que jamás sabremos de donde le cayó, pero que tiene la música perenne de los tres elementos castellanos: Miguel, de Cervantes, Saavedra.

La respuesta es un portazo en la cara: "Busque por acá en qué se le haga merced". Don Miguel no puede más con su desilusión. ¿Si hubiese venido a Indias, tendríamos hoy Quijote?


Inspiración divina


Es entonces cuando Don Miguel se larga a los caminos. En un rocín flaco y bamboleante, con su cabeza afiebrada por las novelas de aventuras, con una armadura de latón basto, sin peto, sin espaldar, lanza en ristre y sentencioso con el palurdo gordo y fiel que le acompaña en burro.

Allá va Don Miguel, a la grupa del Quijote, a pelear contra su rey que tan mal paga, contra lo inamovible que no deja que nada cambie, contra los molinos que se agigantan en su mente, a defender la espada en los tiempos de la pólvora, el coraje individual por sobre los cañones, el pensamiento contra lo mediático.

El verdadero Cervantes va a la cárcel: cobró comisiones atrasadas, las depositó en una banca de Sevilla, el banquero quebró y Don Miguel da con su osamenta en la prisión. Hace cuatro siglos que el Quijote pelea contra los banqueros que quiebran y contra otros pelafustanes de la misma calaña.Y es allí, tras de las rejas, donde, dirá luego Don Miguel, nace su obra mayor que ya había empezado a diseñar después de la derrota de la Armada Invencible.

La escribe de prisa, a tropezones, trastabilla y da tirones turbado por la ira, por la soledad, por la incomprensión y por ese hidalgo caballero que le sopla al oído la desgracia de sus desvaríos.

Don Miguel está dando forma a una obra monumental, pero ni piensa en ello: va y viene de arriba abajo por esas páginas enfurecidas, satíricas, irónicas, oníricas, proféticas; remedia los saltos de cronología con un recurso ingenuo de aprendiz entusiasta: "Olvidábaseme decir?"; tal vez se divierte como nunca antes en sus años de soldado y de duelista, mientras mezcla el relato con las canciones y los sonetos y las cartas y las descripciones y los romances, mientras inventa para toda la vida un estilo, una lengua, una técnica. Nadie cuenta como cuenta Don Miguel. Y quien no cuenta como Don Miguel, no cuenta.

El siglo nuevo lo sorprende con cincuenta y tres años, le quedan dieciséis de vida, con un rey muerto en 1598 y un rey puesto, Felipe III, que establece la corte en Valladolid. Allí viaja Don Miguel en 1603. Al año siguiente consigue por fin el privilegio real para publicar su novela gigantesca a la que promete una segunda parte. Nadie confía en él: prometió lo mismo con La Galatea y nunca la escribió. La Ana Franca que fue su amor ha muerto, su hija Isabel de Saavedra pasa a vivir con él y con Catalina, su mujer. En la misma viven las hermanas de Don Miguel, Andrea y Magdalena, y Constanza, hija natural de Andrea. De esa casa, de puertas abiertas y sábanas al sol, entran y salen los hombres como gustan. Y gustan entrar y salir.


Chicas ligeras


A las puertas de esa casa, el 27 de junio de 1605 es herido de muerte Gaspar de Ezpeleta sin que el auxilio que le presta Don Miguel alcance y sirva para salvarle la vida. Como suele suceder desde entonces, y por artilugio de leguleyos y escribanos, todos los vecinos de la casa son puestos presos sólo por un día. Pero alcanza y sobra para que Valladolid entero sospeche de la moral de ese hogar donde palomean tantas mozas a las que llaman, con placer malicioso y perverso, Las Cervantas.

Las Cervantas y Don Miguel se mudan a Madrid detrás de la corte de Felipe III cuando, en 1605, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha, dedicado al Duque de Béjar, ya ha sido impreso en Madrid por don Juan de la Cuesta. Cervantes ya incursionó en el teatro y la comedia para llamarse a recato con la humildad de los genios: "Dejé la pluma y las comedias, y entró luego el monstruo de naturaleza, el gran Lope de Vega, y alzose con la monarquía cómica".

En 1615 cumple con su héroe: publica la segunda parte de su obra que ahora está dedicada al Conde de Lemos y se llama El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha. Su salud declina.

Tiene sesenta y nueve años y el hígado perturbado y tundido de los caballeros maltrechos, que le dispara una sed de desesperación más inagotable que su sed de justicia. Muere el 22 de abril de 1616 en su casa de la calle de León, en Madrid. Lo entierran en el convento de las Trinitarias Descalzas. Nunca fue posible identificar sus restos. Es el olvido que lo hará inolvidable.


Las líneas del final


Tres días antes de morir, escribió al Conde de Lemos unas líneas conmovidas y conmovedoras que demuestran que en el filo del adiós, Don Miguel no había olvidado ni recursos ni estilo ni talento: "Ayer me dieron la extremaunción, y hoy escribo ésta; el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo eso, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir (...)

Pero si está decretado que la haya de perder, cúmplase la voluntad de los cielos, y, por lo menos, sepa Vuesa Excelencia este mi deseo, y sepa que tuvo en mí un tan aficionado criado de servirle, que quiso pasar aún más allá de la muerte mostrando su intención."

Lo lograste, Miguel. Costó, pero lo hiciste. Fuiste mucho más allá de tus intenciones.

Hace cuatro siglos que Don Quijote cabalga con Don Miguel a la grupa desandando caminos por un lugar del planeta de cuyo nombre no quiero acordarme.

Los dos, Don Miguel y su Quijote, todavía tienen algo que decirnos. Y haríamos muy bien en escucharlos.

Tomado de: Clarín.
 
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