Desde hace años me siento misteriosamente atraído por el Camino de Santiago (la Vía Lactea), es algo imperativo... me he propuesto recorrerlo algún día. A continuación una breve reseña:
"...DIARIO DE VIAJE: ESPAÑA
En ruta hacia Santiago
Santiago de Compostela, la capital de Galicia, es una de las ciudades antiguas más exquisitas del mundo. Ante el próximo Año Santo Jacobeo, una visita a la Catedral y las callejuelas de este Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Pablo Bizón. ESPECIAL PARA CLARIN.
Los peregrinos, de todas las edades y procedencias, cumplen casi obligadamente con el ritual: apoyar la mano derecha en una de las columnas del Pórtico de la Gloria y tocar con la cabeza la estatua del Santo dos Croques. Sin embargo, el largo camino todavía no termina hasta que no pasan por detrás del retablo principal de la Catedral para abrazar la figura del apóstol Santiago, como si se tratara de un viejo amigo al que han venido a visitar.
Entonces pensarán que el esfuerzo ha valido la pena, y se dirigirán a la Casa do Deán, Nº 1, donde se les entregará la Compostela, el documento que certifica que han realizado la peregrinación. Desde que en el año 813 se descubriera aquí el sepulcro del apóstol Santiago, uno de los doce discípulos de Jesús, todos los caminos de Galicia conducen a Santiago. La entonces aldea, que luego se convertiría en la ciudad de Santiago de Compostela, se transformó desde ese momento en el tercer centro espiritual de la cristiandad —luego de Jerusalén y Roma—, y en un foco de peregrinación que supo aglutinar y dar fuerzas a los católicos europeos, temerosos ante el avance musulmán.
Casi 1.200 años después, Santiago sigue siendo la ciudad de los peregrinos, que cada año llegan de a miles luego de recorrer cientos de kilómetros a pie, en bicicleta, en silla de ruedas, en lo que sea, ya no vestidos con túnica y sandalias, sino con mochilas y calzado deportivo. Un hábito que se verá reforzado el próximo año —Año Santo Jacobeo— cuando el día del apóstol, el 25 de julio, un domingo, la ciudad se vista de fiesta.
Tanto para los peregrinos, como para los miles de turistas que la visitan en forma constante, la llegada a Santiago no es sólo el fin de un camino sino, sobre todo, el inicio de otro, que recorre la interminable riqueza histórica, arquitectónica y cultural de una ciudad atravesada por todas las épocas.
Patrimonio cultural
El recorrido por Santiago de Compostela inevitablemente comienza en su monumental Catedral, una de las más valiosas obras de arte del románico universal. Iniciada en el año 1075, el correr de los siglos le fue añadiendo cúpulas, capillas, torres y fachadas de diferentes épocas y estilos, coronados por el impresionante Pórtico de la Gloria, con 200 figuras maravillosamente talladas. Su puerta sur, una construcción del siglo XII, se preserva intacta. Los pórticos, el retablo, el gigantesco botafumeiro —un incensario de 1,60 metros de altura que necesita de ocho tiraboleiros para mecerse, igual hoy que en el siglo XIII—, los museos, las capillas: la Catedral de Santiago parece inabarcable. Tanto como el resto de esta ciudad tan antigua y a la vez moderna, declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco en 1985.
En torno al sepulcro de Santiago se han ido levantando edificios y retorciendo callejuelas, comercios y viviendas que renovaron una urbe que hoy aglutina a unas 100 mil personas en forma permanente, y alrededor de 35 mil estudiantes. Es que Santiago es, desde 1980, la capital política y administrativa de la Comunidad Autónoma de Galicia, y una de las principales sedes universitarias de España.
Esta combinación entre tradición milenaria y juventud, combinada con el aporte cosmopolita de miles de visitantes de todo el mundo, le aporta un ambiente único de vida, colorido y diversidad cultural a las piedras que las manos de los artistas apilaron a través de los siglos.
Un ramillete de ruas
Esa historia tallada en piedra se aprecia inigualablemente desde la magnífica Praza do Obradoiro: rodeada por palacios como el Pazo de Xelmírez, el Hostal dos Reis Católicos —hospital construido por los reyes en el siglo XVI, devenido parador de lujo—, el Pazo de Raxoi o el Colexio da Fonseca, la plaza despliega un completo catálogo de arte románico, renacentista, barroco, neoclásico y plateresco.
Desde allí, la puebla vieja se abre en un ramillete de calles angostas, escaleras y plazas colmadas de restaurantes, comercios, puestos de artesanías, y bares que por las noches desbordan de jóvenes, música —desde celta hasta electrónica—, tapas y tragos.
En la rotunda, contundente Praza do Quintana, del otro lado de la Catedral, la piedra lo domina todo —pisos, paredes, escalinatas— y parece haber detenido los relojes en algún tiempo remoto, que se puede casi revivir desde las mesas del café que se guarecen del sol y la lluvia bajo la galería. En 2004, esta plaza será testigo, una vez más, de la apertura de la Porta Santa de la Catedral, que sólo se franquea en los años santos jacobeos.
La peregrinación por Santiago obliga a desandar sus cuatro ruas —calles— principales, empezando por la Rua do Franco —cuyo nombre puede provenir tanto de los comerciantes franceses que allí se asentaron como de que antiguamente fue una zona franca, libre de impuestos—, que en la actualidad es la más concurrida, repleta de tabernas, bares y restaurantes, que se divide luego en la Rua do Raiña.
En la parte superior se extienden la Rua do Vilar y la Rua Nova, las más señoriales y elegantes, destinadas fundamentalmente a la actividad de comercios y talleres, que florecieron de la mano de artesanos de la plata y el azabache, protegidos por altos soportales. En el centro antiguo, las casas populares se mezclan con las que utilizaban los nobles gallegos cuando iban a la ciudad, y que aún conservan sus blasones.
En días lluviosos —habituales en Galicia— los turistas se las ven en figurillas para ir con paraguas por el estrecho callejón de Entreruas. Esas encantadoras callejuelas estrechas y curvas, vestigios medievales que sólo conservan Santiago de Compostela y Toledo, que hoy rebosan de turistas y tiendas, tenían en su origen una finalidad defensiva: que a quien entrase le fuese difícil salir. Pero hoy, salir de Santiago es lo último que se les ocurre a los visitantes, que antes bien preferirían seguir peregrinando eternamente por su calles, entre monumentos, gentíos y músicos, donde nunca falta un auténtico gaitero, como para recordarnos —por si alguien lo había olvidado— que estamos en pleno corazón de Galicia, allí donde conducen todos los caminos...."
Tomado de: Clarín.
"...DIARIO DE VIAJE: ESPAÑA
En ruta hacia Santiago
Santiago de Compostela, la capital de Galicia, es una de las ciudades antiguas más exquisitas del mundo. Ante el próximo Año Santo Jacobeo, una visita a la Catedral y las callejuelas de este Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Pablo Bizón. ESPECIAL PARA CLARIN.
Los peregrinos, de todas las edades y procedencias, cumplen casi obligadamente con el ritual: apoyar la mano derecha en una de las columnas del Pórtico de la Gloria y tocar con la cabeza la estatua del Santo dos Croques. Sin embargo, el largo camino todavía no termina hasta que no pasan por detrás del retablo principal de la Catedral para abrazar la figura del apóstol Santiago, como si se tratara de un viejo amigo al que han venido a visitar.
Entonces pensarán que el esfuerzo ha valido la pena, y se dirigirán a la Casa do Deán, Nº 1, donde se les entregará la Compostela, el documento que certifica que han realizado la peregrinación. Desde que en el año 813 se descubriera aquí el sepulcro del apóstol Santiago, uno de los doce discípulos de Jesús, todos los caminos de Galicia conducen a Santiago. La entonces aldea, que luego se convertiría en la ciudad de Santiago de Compostela, se transformó desde ese momento en el tercer centro espiritual de la cristiandad —luego de Jerusalén y Roma—, y en un foco de peregrinación que supo aglutinar y dar fuerzas a los católicos europeos, temerosos ante el avance musulmán.
Casi 1.200 años después, Santiago sigue siendo la ciudad de los peregrinos, que cada año llegan de a miles luego de recorrer cientos de kilómetros a pie, en bicicleta, en silla de ruedas, en lo que sea, ya no vestidos con túnica y sandalias, sino con mochilas y calzado deportivo. Un hábito que se verá reforzado el próximo año —Año Santo Jacobeo— cuando el día del apóstol, el 25 de julio, un domingo, la ciudad se vista de fiesta.
Tanto para los peregrinos, como para los miles de turistas que la visitan en forma constante, la llegada a Santiago no es sólo el fin de un camino sino, sobre todo, el inicio de otro, que recorre la interminable riqueza histórica, arquitectónica y cultural de una ciudad atravesada por todas las épocas.
Patrimonio cultural
El recorrido por Santiago de Compostela inevitablemente comienza en su monumental Catedral, una de las más valiosas obras de arte del románico universal. Iniciada en el año 1075, el correr de los siglos le fue añadiendo cúpulas, capillas, torres y fachadas de diferentes épocas y estilos, coronados por el impresionante Pórtico de la Gloria, con 200 figuras maravillosamente talladas. Su puerta sur, una construcción del siglo XII, se preserva intacta. Los pórticos, el retablo, el gigantesco botafumeiro —un incensario de 1,60 metros de altura que necesita de ocho tiraboleiros para mecerse, igual hoy que en el siglo XIII—, los museos, las capillas: la Catedral de Santiago parece inabarcable. Tanto como el resto de esta ciudad tan antigua y a la vez moderna, declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco en 1985.
En torno al sepulcro de Santiago se han ido levantando edificios y retorciendo callejuelas, comercios y viviendas que renovaron una urbe que hoy aglutina a unas 100 mil personas en forma permanente, y alrededor de 35 mil estudiantes. Es que Santiago es, desde 1980, la capital política y administrativa de la Comunidad Autónoma de Galicia, y una de las principales sedes universitarias de España.
Esta combinación entre tradición milenaria y juventud, combinada con el aporte cosmopolita de miles de visitantes de todo el mundo, le aporta un ambiente único de vida, colorido y diversidad cultural a las piedras que las manos de los artistas apilaron a través de los siglos.
Un ramillete de ruas
Esa historia tallada en piedra se aprecia inigualablemente desde la magnífica Praza do Obradoiro: rodeada por palacios como el Pazo de Xelmírez, el Hostal dos Reis Católicos —hospital construido por los reyes en el siglo XVI, devenido parador de lujo—, el Pazo de Raxoi o el Colexio da Fonseca, la plaza despliega un completo catálogo de arte románico, renacentista, barroco, neoclásico y plateresco.
Desde allí, la puebla vieja se abre en un ramillete de calles angostas, escaleras y plazas colmadas de restaurantes, comercios, puestos de artesanías, y bares que por las noches desbordan de jóvenes, música —desde celta hasta electrónica—, tapas y tragos.
En la rotunda, contundente Praza do Quintana, del otro lado de la Catedral, la piedra lo domina todo —pisos, paredes, escalinatas— y parece haber detenido los relojes en algún tiempo remoto, que se puede casi revivir desde las mesas del café que se guarecen del sol y la lluvia bajo la galería. En 2004, esta plaza será testigo, una vez más, de la apertura de la Porta Santa de la Catedral, que sólo se franquea en los años santos jacobeos.
La peregrinación por Santiago obliga a desandar sus cuatro ruas —calles— principales, empezando por la Rua do Franco —cuyo nombre puede provenir tanto de los comerciantes franceses que allí se asentaron como de que antiguamente fue una zona franca, libre de impuestos—, que en la actualidad es la más concurrida, repleta de tabernas, bares y restaurantes, que se divide luego en la Rua do Raiña.
En la parte superior se extienden la Rua do Vilar y la Rua Nova, las más señoriales y elegantes, destinadas fundamentalmente a la actividad de comercios y talleres, que florecieron de la mano de artesanos de la plata y el azabache, protegidos por altos soportales. En el centro antiguo, las casas populares se mezclan con las que utilizaban los nobles gallegos cuando iban a la ciudad, y que aún conservan sus blasones.
En días lluviosos —habituales en Galicia— los turistas se las ven en figurillas para ir con paraguas por el estrecho callejón de Entreruas. Esas encantadoras callejuelas estrechas y curvas, vestigios medievales que sólo conservan Santiago de Compostela y Toledo, que hoy rebosan de turistas y tiendas, tenían en su origen una finalidad defensiva: que a quien entrase le fuese difícil salir. Pero hoy, salir de Santiago es lo último que se les ocurre a los visitantes, que antes bien preferirían seguir peregrinando eternamente por su calles, entre monumentos, gentíos y músicos, donde nunca falta un auténtico gaitero, como para recordarnos —por si alguien lo había olvidado— que estamos en pleno corazón de Galicia, allí donde conducen todos los caminos...."
Tomado de: Clarín.
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