Expedientes ALFA - OMEGA

Misterio e intriga de principio a fin... curiosidades, hechos bizarros e increibles, lo "paranormal": todo lo diferente a la cotidianeidad tiene lugar en esta bitacora de fenomenos e interrogantes de dificil respuesta... porque ¡aún no hemos perdido la capacidad de asombro!

domingo, junio 13, 2004

Regresa el "Gran Capitán"

Me gustan los relatos de viajes. Pero aun mas me gusta viajar en tren, algo que creia desaparecido y cuyo sabor se refleja en esta crónica:

"...EXPERIENCIAS

A todo tren

Después de diez años volvió a circular El Gran Capitán. Une Buenos Aires con Posadas en 26 horas. Pero cuando Viva hizo el viaje tardó 34. Son 1.100 kilómetros. 21 paradas fijas y otrsa 29 donde la gente lo detiene con señas como si fuera un colectivo. ¿Qué pasa durante el trayecto? Suba y vea.

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Leonardo Torresi.

Un desayuno, si toca en suerte, con chamamé en vivo y sin cargo a las siete de la mañana. O más seguro: café con leche y pastafrola que esa mujer prominente que es Dolly, la cocinera, habrá preparado con dedicación durante la madrugada.

Después, un pucho, o mirar, nada más, a través de las ventanillas redondas, que devuelven el paisaje verde como figuritas. Opciones para cuando llegue la hora: una cerveza fresca en el coche comedor, o una pizza prolija de aceitunas ?una por porción? con eficiente delivery al asiento.

Es largo, muy largo y cansador el viaje en El Gran Capitán. Pero una guía de placeres es absolutamente posible. Después de una década fuera de la vías, hace siete meses volvió a funcionar el tren que une Buenos Aires con Posadas. El servicio está a cargo de una empresa privada y si todo es normal (aquí, como nunca, sobre rieles) el viaje llevará 26 horas. Ya era mucho, pero a VIVA le tocó uno de 34 horas. Desde un lunes a la noche hasta un miércoles bien entrada la mañana. Todo arriba de un tren.

Buen viaje

Lunes, 22.33. Cinco campanazos anuncian la salida del tren del litoral, con 38 minutos de retraso. No serán demasiado significativos. En el andén 9 de la estación Federico Lacroze, en Chacarita, los pasajeros, algo más de 100, llevaban esperando largo rato, metidos en sus camperas, sentados en unos bancos graníticos anchos como dos hombres. Sobre el límite de la partida terminan de cargar una mudanza de proporciones.

Un pasajero que se vuelve a Paraguay y se lleva todo. Hay que verlo: las sillas de plástico, los cuadros, hasta las puertas y las ventanas. Todo. ¿Se olvidan el juego de jardín? No: está ahí desde hace 40 días. Lo mandaron en el furgón y alguien tenía que pasar a retirarlo por Lacroze. Pero no pasó. Ya se resolverá qué hacer. Ahora sale El Gran Capitán.

Servicio informal

?Trabajar en este tren era mi sueño y lo cumplí?, dice Gino Chamorro, misionero, cocinero bis de El Gran Capitán. Pasamos San Miguel, donde suben muchos pasajeros, y en un rato estamos en Zárate. Hay un pequeño alboroto. Un hombre quiere subir con unos cajones de pollos vivos. No se puede, no hay peros, se convence y no sube. No hará falta que entre en cuadro el empleado de seguridad, definitivamente un ropero. Todo tranquilo, entonces. El puente Zárate-Brazo Largo luce imponente con sus luces en fila. En el comedor, sale el bife de chorizo y el flan. En la clase turista, allá a lo lejos en el fondo del tren, comienza la segunda ronda de mate. La empresa brinda un servicio informal de traslado de termos.Una camarera los junta y después los lleva todos juntos, a 50 centavos la carga. La empresa, naturalmente, no se responsabiliza por la rotura de termos. Es ley: lo dice un cartel.

A la 1.30 todos duermen y Dolly secciona, para la mañana por llegar,su extravagante pastafrola de dulce de leche. Convida.

Glamour, se lee, con letras de brillitos, en la remera, que asoma debajo del delantal seguro ganador en un desafío del blanco. Trabajaba en un bar del microcentro pero está en el tren desde el viaje reinaugural, el 21 de noviembre pasado. Este tercio de vagón tapizado de metal es un buen mundo para ella. ?Acá es más lindo que en tierra firme. Pero hay que convivir?, secretea. Las ollas por un rato se quedan sin humo. Ya es tarde. No queda nadie en el coche comedor, con sus minúsculas tulipas rosas que disimulan las lámparas dicroicas, y su gala de almohadones forrados de leopardo del Once. Yaguareté deberíamos decir: este es el tren del litoral. Las servilletas, por supuesto, están al tono.

De madrugada hay breves paradas que casi no dan tiempo a incorporarse para espiar el cartel. De las 50 estaciones del recorrido, 29 son facultativas. En esos casos, el tren se detiene si hay algún pasajero que tiene que bajar. O alguno que espera para subir, y entonces le hace señas al maquinista como si parara el colectivo. O se hace notar con una linterna, si es de noche.

Hay que dormir un poco y en los camarotes de El Gran Capitán el calor de la calefacción seca la garganta. Se sabe, es preferible al frío, y tampoco es justo pasar por insuperable cuna para adultos. En temporada baja el tren no va lleno y en los vagones cualquiera pude hacer de un asiento una cama. El aire acondicionado sólo está disponible en el pullman y en el coche dormitorio. Donde no llega el aire, frazadita. Afuera, el campo es negro. Se ve una estrella. Quizá sea una luz.

Tradición ferroviaria

El Gran Capitán amanece en Basavilbaso, localidad entrerriana de tradición ferroviaria. Arriba del tren, Gustavo disfruta de una impagable salida del sol. Va a ser un día hermoso. Paga 25 pesos en Primera hasta Paso de los Libres. La mitad de los 50 en micro. Pero no es sólo plata. ?Acá te podés fumar un cigarrillo, tomarte un cafecito caliente, caminar. No se puede comparar?, se entusiasma. Viaja por razones de trabajo, tres veces al mes. Compra ropa para vender. A las siete de la mañana, en turista,donde viaja el 80 por ciento del pasaje, la ronda de mate es masiva. No hay descanso para Luisa López, la camarera de los termos.

En el primer asiento de la fila de la derecha, va la familia González. Hay que prestar atención a Michael, un gurrumín de 4 años, que se calza su guitarra a medida e introduce un chamamé con demoledora pericia. El tío puntea, y el papá, Luis, y la mamá Elisa, se atreven con una letra evangélica. La familia vive en Moreno, tiene un almacencito, y se vuelve a Misiones para visitar a los parientes. ¿O para quedarse? Por la dudas se llevan la balanza.

Un show esperado

Son las 9.30. Llegamos a la estación Clara. Ahora sí empieza el esperado show del tren. Un pibe salta eufórico arriba de un terraplén, delante de unos silos. Más chicos vienen de todas partes. En la estación de Jubileo ?la siguiente- funciona la escuela del pueblo y todos los chicos, y las maestras, salen a saludar. Arriba las chicas la pasan bien. ?Mirta Suárez Báez, 20 años, soltera?, se presenta, con gracia, una uruguaya polvorita que viaja con su prima, Graciela Goncalvez, de 31, hasta Concordia, para cruzar a Salto. Herminda Leiva y María Torregiani, una amiga que la cuida, son chicas mayorcitas. ?Rezamos mucho para que vuelva este tren. Yo había viajado muchas veces antes de que lo sacaran y es una gran alegría que haya vuelto?, dice Herminda, que tiene 83. María tiene 77. Viven en Buenos Aires pero tienen su casa en General Campos. Ya se acostumbraron a parar el tren con una banderita roja.

A las 11 ya llevamos 12 horas sobre el tren. Lo mismo que le toma a un micro llegar de Buenos Aires a Posadas, punta a punta. En los tiempos de los ferrocarriles del Estado, El Gran Capitán tardaba 18 horas, pero después las vías fueron concesionadas para trenes de carga y hoy, por su nivel de mantenimiento, no son las ideales para los servicios de pasajeros. Entonces no hay otra opción que ir despacio, y el viaje dura 26 horas. ?Ahora se están acondicionando las vías y pensamos que antes de fin de año vamos a estar en las 20 o 22 horas?, dice Emilio Franchi, presidente de Trenes Especiales Argentinos (TEA). Es la empresa, la concesionaria, que por ahora tiene un permiso provisorio del Gobierno nacional para explotar el ramal. El Gran Capitán todavía es muy lento, pero, claro: en temporada baja el boleto más barato para el trayecto completo cuesta 29 pesos, contra los 50 del pasaje de micro más económico.

Con permiso vamos hasta la bandeja de autos. Hay que pegar un saltito desde la trompa de la locomotora, al comando de Néstor Blanchart, conductor entusiasta que no deja paisano solitario sin saludar. En la planta baja de la bandeja, como una jaula, hay un Fiat Duna y un viejo Jeep rojo. Arriba, nada. Sólo grasa y viento. Desapacible y todo, no hay lugar mejor para este tramo del viaje. El Gran Capitán avanza entre bosques de pinos y eucaliptos y desde las alturas es posible contemplar el tren en toda su extensión. Matías Brena, un ferrófilo de 24 años, es el jefe de tren en este viaje. Fue él quien tuvo la idea de pintar los vagones de celeste y blanco. ?Es como una bandera argentina que se mueve. Pero más allá del símbolo, la función social que cumple es muy grande. Hay pueblos como Las Moscas o Irazusta, que tienen accesos de tierra. Y si llueve, el micro no entra.?

Para los pueblos chicos, los que crecieron alrededor de la estación, la vuelta fue una gran noticia y por eso se vistieron de gala cuando El Gran Capitán hizo su primer viaje desde 1993, cuando el ramal fue desmantelado, durante el proceso de las privatizaciones. ?Este ramal es un ejemplo de lo que pasó con toda la red ferroviaria argentina. En dos años se destruyó lo que se había construido en muchas décadas. Y hubo consecuencias nefastas, como el aumento de los accidentes en la rutas paralelas?, analizó, consultado por Viva, el presidente de la Fundación Instituto Argentino de Ferrocarriles (FIAF), Pablo Martorelli.

Saludo al paso

Al mediodía, el paisaje agreste cambia por otro diferente. El tren se mete en Concordia a través de sus barrios pobres, tanto como se pueda imaginar. En la ciudad que marcó récords de desocupación, nadie se priva del placer efímero de saludar al tren, desde la ventanas de la casa de chapa o los puentecitos que cruzan los zanjones tapados de basura. Los empleados del tren ya conocen todo de memoria. ?Ahora viene un perro que ladra y da vueltas?, anuncia el jefe Matías. Y ahí está el perro, negro, nervioso, que, efectivamente, ladra y da vueltas. En Concordia, El Gran Capitán hace una parada importante. Carga gasoil y lo someten a una revisión técnica. Media hora para estirar las piernas.

Si el viaje es largo para todos ¿qué decirle a ellos? Paula Merlo (21) y Leonardo Andreassi (26) son una pareja de novios, de El Bolsón: ella fabrica alfajores y él tiene un vivero. Pasaron por Tandil, llegaron a Buenos Aires y ahora van a Posadas. ¿Suficiente? No. De Posadas piensan seguir hasta las Cataratas y después, a Brasil, a la playa. ?Viajamos en este tren porque nos ahorramos unos pesos y no tenemos apuro con el tiempo. Pero, además, está buenísimo?, dice Leonardo. Van en pullman (sólo hay un pasajero más en ese vagón) y ahora brindan en una mesa del salón comedor. La decoración de su ventanilla es una telaraña de vidrio astillado. Uno de esos cascotazos inapelables que se cobra el tren cuando atraviesa el Conurbano.

Con la siesta, entramos a territorio correntino. En Mocoretá el tren se queda parado un rato largo, porque tiene que cruzar un carguero. El viaje va sumando demoras, pero eso le importa poco a Maxi, un pibito de 11 años fascinado por los ventiladores de techo de la primera clase. Maxi es un niño adulto cuando cuenta que Mocoretá ya es un lugar aburrido para él y cuando opina que el tren ?está lindo si tiene horario?. Quiere subir para recorrerlo, pero le da de vergüenza. ?Acá hay naranjas y mandarinas. En Buenos Aires venden ¿no??, pregunta. En el vagón comedor, Ana Paula Kerdocas toma la leche. Es una nena de 10 años, ciega, que sube al tren una vez por mes para viajar a lo largo de 600 kilómetros desde Paso de los Libres hasta Zárate, donde estudia Braille y va a la EGB. ?El tren nos vino bárbaro, nos tratan muy bien y esperemos que no se corte. Por ley viajamos gratis. Pero los micros tienen cupo y a veces nos quedamos afuera?, cuenta Graciela, la mamá de Ana Paula.

Una bonita página

En Monte Caseros, la ciudad correntina que en Buenos Aires todos recuerdan por el levantamiento militar de 1988, hay un camión militar sin ruedas que funciona como monumento, en el jardincito de la estación. Además hay galpones con vagones y máquinas que pasaron a desguace. El edificio de la estación, como en otros pueblos, ahora funciona como casa particular. Bajo la luz floja y amarilla de una lamparita, varias mujeres preparan empanadas por decenas. Habrá algún acontecimiento especial, pero no hay tiempo de preguntar porque El Gran Capitán ya se va. Está fresco. Elsa Sinfrón y su hijo Pablo viajan en la clase Turista. Viven en un asentamiento del barrio Sección Novena, en San Miguel. Son de Oberá y con las changas y el cartón juntaron moneda sobre moneda para volver a su pueblo para librar una disputa. ?Mis familiares me engañaron y se quedaron con un campo. Piensan que estoy muerta y se van a asustar cuando me vean?, dice Elsa, con los ojos bien abiertos.

A las ocho de la noche ya se nota el cansancio. Luis, el chamamecero evangélico, exhibe su tesoro: el acordeón negro que hasta ahora mantuvo dentro del estuche. Con el instrumento se afirma en el medio del vagón. Estaba descalzo y no se va a poner los zapatos sin necesidad. La bonita página esta vez llega en portugués, y con una sonrisa para vender. Salvo un hombre corpulento que insiste en dormir, todos los demás acompañan con palmas. Un pasajero va a buscar un escobillón y una palita y procede voluntariamente a despejar el piso de migas y papeles. Enseguida estamos en Paso de los Libres. Suben cuatro y bajan otros tantos, pero en la estación hay más de cien personas. Es una noche húmeda y Mara, una nena muy linda, de 10 años y el pelo recogido en un pañuelo, se arrima al tren para vender rosquitas. ?Vengo a veces, nomás?, dice, con su voz chiquita.

Otra vez hora pico en la cocina. Vuelve el olor a churrasco y a las milanesas que salen, napolitanas y con puré, a seis pesos. A Gladys, la azafata, algo así como una camarera jerárquica, la reclutan para el delivery de pizza. Hay gran demanda, aunque muchos ya traen la vianda de casa. Stella Maris Serra y Juan Carlos Vázquez eligen mesa en el vagón restorán. Es cómico para ellos, pero la verdad es que representan la elite del tren. Son los dueños del Duna que va en la bandeja (cuesta 250 pesos llevar el coche) y ocupan uno de los regios camarotes, con dos camas y lavatorio. Matrimonio canchero de jubilados de Mar del Plata, rastrearon al tren por Internet y van para Iguazú, donde tienen un tiempo compartido. La cena se matiza con una seguidilla de apagones. Diez minutos sin luz, diez con luz. Algo que falla en el generador. Como se acerca el momento de apagar todo, la crisis energética pasará a ocupar un plano secundario.

Segunda madrugada en El Gran Capitán. ¿Quién iba a pensarlo? Las anunciadas 26 horas (que, según los pasajeros habituales, muchas veces se cumplen) hace rato que son un sueño imposible. El tren debía llegar a la una a Posadas, pero, dos horas después, está parado en Virasoro, tierra de yerbatales. Salvo los insomnes,pocos se dieron cuenta de que el tren ya estuvo detenido dos horas porque un carguero que iba adelante tuvo un percance y tuvieron que salir a rescatarlo. Para completar el cuadro, llueve. Hay dos opciones: preguntar, o dormir con resignación. Para el primer caso, la respuesta de las autoridades del tren será que el desalojo del carguero no será rápido. Habrá que dormir, entonces, e implorar que el sol nos depare un tren en movimiento.

Así ocurre. El nuevo día ya nos encuentra en Misiones. Los empleados respiran tranquilos porque hubo más tolerancia que quejas, como si los pasajeros le perdonaran al tren sus debilidades después de tanto tiempo sin funcionar. Dejamos atrás Apóstoles y dos horas después el tren entra cortando los yuyos a la ciudad de destino. Las casas de madera, en medio de la vegetación exuberante, deben temblar cuando El Gran Capitán pasa bien pegado.

Por fin, 34 horas después de la partida desde Chacarita, el tren se detiene en la estación de Posadas, con sus andenes teñidos por la tierra colorada. Bajarse es una liberación. Entre los pasajeros, y los que están para recibirlos, se cruzan los vendedores de chipá, con la mercadería en equilibrio sobre la cabeza. Francisco Palacios, 53 años, está feliz.

?En la otra época el tren tenía mayor frecuencia, pero ahora la atención es mejor?, resume. Trabaja en un frigorífico en González Catán y se tomó unos días para viajar a Concordia, pero se pasó de largo a propósito.

?No tengo apuro y quería venir hasta acá para conocer la estación?, cuenta, con su lógica irrefutable. El personal del tren se va a pegar una ducha en un hotel que está frente a la estación y en un par de horas El Gran Capitán emprenderá el camino de vuelta. Y Francisco, hasta Concordia, con él.

Colaboró: Agencia Posadas

Otra mirada

Antonio Rossi, periodista.

La rehabilitación de los trenes de pasajeros al interior fue una de las primeras promesas del Gobierno de Kirchner. Y aún sigue siendo una asignatura pendiente.
En el inicio de los 90, el menemismo eliminó la mayoría de los trenes interurbanos. Pero algunas provincias asumieron ?directamente o por concesión? el mantenimiento de esos servicios.

Buenos Aires creó la Unidad Ejecutora Ferroviaria que, desde 1993, opera los trenes a la Costa Atlántica, Junín y Bahía Blanca, entre otras.

Igual camino siguieron Tucumán (concesionó el servicio a Retiro); Córdoba (un operador privado corre entre la Capital y Villa María); Chaco (una compañía estatal presta servicios locales y regionales) y Río Negro (con una empresa provincial corre los trenes entre Viedma y Bariloche). Y hay que agregar a la privada que opera desde hace más de 10 años el Tren a la Nubesen Salta y la empresa TEA, que tiene una concesión provisoria a Posadas.

Desde mayo de 2003, el Gobierno sólo restableció los servicios que van los fines de semana a Alvear (Buenos Aires) y a Santa Fe. Ahora, prometieron invertir $ 80 millones para arreglar ramales y rehabilitar los servicios a Santa Rosa, Córdoba y Bariloche. Los trenes interurbanos enfrentan un gran escollo. Por la falta de inversiones en las vías, sólo pueden circular, en promedio, a 40 km/hora. Y, así, el viaje es interminable.

EL TREN QUE PARA EN TODAS

Contentos, pero no con las demoras

Va de Buenos Aires a Posadas en 26 horas, que pueden ser 34. Las paradas son 21, pero llegan a 50 porque la gente lo detiene como a un colectivo. Mire por la ventanilla, pero para adentro...

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Basavilbaso, en Entre Ríos y a 360 kilómetros de Buenos Aires, tiene una fuerte historia ferroviaria. Fue un nudo que concentraba líneas que iban a Paraná, a Gualeguaychú, a Concepción del Uruguay. Más de 600 familias vivían del ferrocarril.
La vuelta de El Gran Capitán no le devolvió aquel esplendor. ?Pero la gente lo recibió con mucha alegría. Ahora Contentos, pero no con las demoras pueden viajar más barato para visitar a los parientes y además, ver pasar el tren es muy importante anímicamente?, dice Blanca Rossi, secretaria de Gobierno del municipio. La contra son las demoras: ?La gente a veces se pasa horas en la estación, aunque últimamente el servicio tiene más regularidad?.

Basavilbaso tiene 9.000 habitantes. Apenas mil más que Mocoretá, un pueblo que vive de los cítricos, la primera estación en Corrientes. Como en las otras paradas condicionales, El Gran Capitán baja la paran haciendo una seña con la mano. ?El t ren vino muy bien. Un pasaje en micro a Buenos Aires cuesta 34 pesos y en el tren, 17. Además fue bueno para la nostalgia, aunque hay quejas por las demoras?, cuenta Ricardo Mazaeda, el intendente.

En Misiones, la incidencia es menor. La gente de Posadas siguen optando por los micros, que tardan 12 horas hasta Retiro. En la capital misionera y en Apóstoles suele haber operativos para detectar a los que intentan viajar con cigarrillos que cruzan ilegalmente de Paraguay..."

Tomado de: Clarín.
 
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