Simplemente Kafka.
"...ANIVERSARIOS: FRANZ KAFKA
Kafka, solitario y final
El 3 de junio se cumplieron 80 años de la muerte de Franz Kafka. La dolorosa relación con su padre, sus amores traumáticos, su existencia acomplejada, la soledad y la enfermedad, son en parte la clave de esa literatura atormentada que se reflejó en obras como "La metamorfosis" o "El proceso".
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RICARDO DESSAU.
Tengo tal necesidad de buscar a alguien, alguien que al menos me roce con una caricia amable, que ayer estuve en un hotel con una prostituta. Estaba demasiado vieja para ponerse melancólica; se lamentaba, aunque sin admirarse, de que no se es tan cariñoso con las prostitutas como con una querida. No la consolé porque ella tampoco me consoló a mí." Esto escribía Franz Kafka a su amigo, y también novelista, Max Brod, a los veinticinco años. Es uno de los tantísimos testimonios de la infernal soledad que lo persiguió durante toda la vida.
No hace falta leer ninguna biografía del autor de novelas inmortales como El proceso, América o El castillo para comprender este aspecto de su carácter: dichas novelas ?toda su obra, en general? hablan por sí solas. Sus personajes, Joseph K., Karl Rossmann, K., y también, naturalmente, el Gregorio Samsa de La metamorfosis, convertido de la noche a la mañana en un insecto, están pavorosamente solos. Como Franz concluía en una carta a su primera prometida: "¿Habría de pretender nombrarme 'tuyo' al firmar? Nada sería más falso. No, soy mío, y eternamente condenado a mí, eso es lo que soy, y a ello he de intentar acomodarme".
Pero "acomodarse" a esa soledad fue una empresa imposible. Cada vez que desde el centro angustiado de sí mismo intentaba abrirse al mundo ("En Kafka luchaban entre sí dos tendencias contrarias: el anhelo de soledad y el deseo de comunidad", dice el mismo Brod, además su primer biógrafo), fracasaba estrepitosamente. En todo: en su trabajo burocrático, al margen de la literatura, que terminó por vaciarlo y frustrarlo; en sus proyectos cotidianos y en sus fantasías de huida; y, claro está, en sus relaciones con los demás ("puedo disfrutar de las relaciones humanas, no puedo vivirlas"), en especial con el temido padre y ?siempre? con la multitud de mujeres que pasaron por su vida, sin posibilidad de redención.
Probablemente sea su relación con las mujeres el reflejo más exacto de su feroz aislamiento. De estas relaciones quedan abundantes testimonios: desde los propios diarios de Kafka ?que empezó a escribir en 1910, a los veintisiete años, y que siguió llevando prácticamente hasta su muerte, en 1924, cuando estaba a punto de cumplir cuarenta y uno? hasta la tumultuosa correspondencia que mantuvo con tres de aquellas mujeres de las que se enamoró perdidamente: las alemanas Felice Bauer y Grete Bloch y la checoslovaca Milena Jesenská.
"Kafka atrajo a las mujeres a lo largo de toda su vida; él dudaba de ello, pero es incuestionablemente cierto", dice Max Brod. Dudaba de su atractivo físico y personal como dudaba de todo. Especialmente no se sentía cómodo dentro de su cuerpo (menos aún en las continuadas fases depresivas), a pesar de que era esbelto ?medía 1,82? y de que tenía unas bellas facciones y unos enigmáticos y enormes ojos negros. Y cada vez que podía, en sus diarios o en su ficción, se identificaba con un animal: ya fuera un insecto repugnante, como en La metamorfosis, o con un ratón (en Josefina, la cantante, su último relato, dos meses antes de morir).
El padre, el verdugo
Todo el desprecio y la desconfianza que sentía hacia sí mismo venían de su padre, un próspero comerciante de Praga. Despierto o dormido, Franz se veía atenazado por la culpa: la culpa de no ser lo que Hermann Kafka había esperado de él. Kafka, hijo, era débil, sensitivo, reflexivo, y había huido del mundo "real". En línea con la herencia materna (rabinos y hombres de marcada espiritualidad), estaba, como él mismo creía, "incapacitado para vivir". Justamente lo contrario de la herencia paterna, rezumante de vigor, sentido práctico y voluntad.
Toda su vida, Kafka se movió dentro de un círculo de hierro: de la culpa y la sumisión, al desafío y la rebelión, y de aquí (intensificados, naturalmente, sus sentimientos de culpa), de nuevo a la sumisión. En el horizonte, siempre presente la omnímoda figura del progenitor. En su conmovedora Carta al padre (escrita a los treinta y seis años y que, signiflcativamente, empieza con esta frase: "Hace poco me preguntaste, ¿por qué yo afirmaba que te temía?"), señala: "A menudo me imagino un mapa del mundo extendido y a ti tumbado sobre él. Y entonces parece como si las únicas zonas accesibles a mi vida son aquellas que tú no tapas o que están lejos de tu alcance...".
Para Franz, la primera "zona" lejos del alcance paterno era, literalmente, un nuevo hogar, una familia, una mujer. "Aquí no hay nadie que me comprenda íntegramente. Tener a alguien que fuera comprensivo, una mujer, eso sería un sostén para todo, sería tener a Dios", escribe en su diario. Y en otra parte: "Un hombre sin una mujer no es un ser humano" (juicio del Talmud, que Kafka consumía ávidamente).
Pero otra "zona" donde igualmente se podía encontrar a salvo (porque allí era capaz de expresar con entera libertad sus sentimientos contradictorios hacia el padre y, al mismo tiempo, ser él mismo) era la literatura.
El amor o la literatura
En el intento desesperado de huir de su verdugo, la vida adulta de Kafka lo arrojará a una insuperable contradicción: ¿la literatura o el amor?, ¿el "anhelo de soledad" o el "deseo de comunidad"? A la primera mujer con la que se comprometió formalmente, Felice Bauer, le dice en una de las cerca de quinientas cartas que le envió: "¿Cómo podría yo, aun cuando mi mano poseyera gran firmeza, conseguir todo cuanto pretendo al escribirte: convencerte de que mis dos demandas son igualmente serias: 'sigue queriéndome' y 'ódiame'?".
Sólo hacia el final de su vida, con su última amante, Dora Diamant, logró Kafka la anhelada síntesis, al trasladarse juntos a Berlín, donde compartieron un piso "matrimonial". Allí Franz escribió sus últimos relatos. No había, en realidad, tal "contradicción". Lo descubrió tarde. La verdadera contradicción arrancaba del padre.
La correspondencia con Felice se prolongó los cinco años que duró su relación, entre 1912 y 1917 (cuando se conocieron, él tenía veintinueve años y ella veinticinco). Ahí está Kafka de cuerpo entero: un torbellino de pasión, pero, al mismo tiempo, un mar de dudas (y autorrecriminaciones): "Te añoro de tal manera que la pena me oprime el pecho como lágrimas que no pueden derramarse", le dice en una de las cartas. Pero agrega enseguida: "Es pura infamia. A cierta profundidad ?no la más profunda? no quiero nada más que ser arrastrado hacia ti, y el hecho de que yo diga esto es otra muestra de infamia." ¿Infame "insecto"?
Pero la mejor muestra de las vacilaciones de Kafka la constituyen las decisiones absurdas que asume respecto a la proyectada vida en común con Felice: se compromete con ella dos veces y otras tantas rompe el compromiso. Habrá todavía un tercer y último compromiso, esta vez no con Felice, sino con Julie Wohryzek, a quien Franz, que entonces tenía treinta y cinco años, conoció con veintisiete.
El novelista nunca dudó que la enfermedad era la "estocada" que le había asestado uno de los dos "yo" en que estaba dividido: de nuevo el "yo" que deseaba la comunidad era aplastado por el otro "yo", el anhelante de soledad. En cuanto al compromiso con Julie, se rompió de una manera bastante vulgar: dos días antes de la fecha fijada para la boda, Kafka pierde el piso donde se iban a instalar. El hecho parece caído del cielo: no podían casarse sin contar con un lugar seguro para vivir. Poco después aparece otra mujer, Milena, y el pretendiente oficial dejará de serlo.
Milena Jesenská iba a jugar en relación con Julie el mismo papel que Grete Bloch ?segundo amor importante en la vida del escritor? había tenido respecto a Felice. Una y otra actuaron como elementos precipitadores de la separación. Grete y Felice se conocieron poco tiempo antes de que esta última iniciara su amistad con Kafka. Felice ?inconsciente del peligro? se la presentó con la intención de que "mediara" entre sus propios e interminables conflictos. Al principio surgió una apasionada correspondencia. Después, un apasionado amor. "Usted es... la mejor, la más querida y la más dulce de las criaturas", escribió Kafka a Grete. Y al cabo de poco tiempo, en respuesta al telegrama de congratulación de ella por su compromiso con Felice: "Mi compromiso matrimonial no significa el más mínimo cambio en nuestra relación, que, al menos para mí, está llena de encantadoras posibilidades a las que no quiero renunciar".
No renunció: el 21 de abril de 1940, dieciséis años después de la muerte del escritor, Grete confesaba en una carta dirigida a un amigo desde Florencia ?donde vivía? que, años atrás, había tenido un hijo natural. Este, "próximo a cumplir siete años, murió repentinamente en Munich". El destinatario de la carta, tiempo después, se la hizo llegar a Max Brod. Junto con ella, en unas líneas, expresaba su convicción de que el padre de aquel niño había sido Kafka.
Puro fuego
Grete (como las tres hermanas menores del escritor, Elli, Valli y Ottla, y como Milena) moriría, durante la Segunda Guerra Mundial, en un campo de concentración. El destino le había reservado la función (también a Milena) no sólo de contribuir a la desesperada lucha de Kafka por la comunidad ("el roce de una caricia amable"), sino también a la otra, a la que libraba por remachar su soledad ("Soy mío y eternamente condenado a mí").
Milena Jesenská, a diferencia de cualquier otra mujer, llega a los abismos del alma de Kafka. El amor del escritor por ella es el más grande y, por eso mismo, el más imposible. Kafka tiene treinta y seis años cuando conoce a Milena; ella tan sólo veinticuatro. Es Milena la que inicia la relación al ofrecerse, por carta, como traductora de su obra al checo (Kafka escribía en alemán). La misiva es respondida y la correspondencia crece.
Milena tenía una desesperación vital, agravada por una mala relación con su marido, el escritor Ernst Polak. Extasiado por esta mujer, Kafka escribe a Brod: "Ella es puro fuego, algo que jamás he visto, un fuego, por cierto, que a pesar de todo sólo arde para él (para Polak). Pero extremadamente tierno, valeroso, inteligente, y ella lo entrega todo a ese sacrificio. ¿Qué clase de hombre tiene que ser él para inspirar esto?".
La correspondencia con Milena ya no es suficiente: "Los besos por escrito no bastan, se los beben por el camino los fantasmas", escribe Kafka. Pero tampoco es posible la proximidad de los amantes. Al menos no es posible para ese otro yo de Franz que una vez había expresado a su hermana menor, Ottla: "Escribo de modo distinto a como hablo, hablo de modo distinto a como pienso, pienso de modo distinto a como debiera pensar, y así hasta llegar a la más honda tiniebla".
Será en adelante ?y por poco tiempo, el que le resta de vida? una modesta muchacha de poco más de veinte años, Dora Diamant, la encargada de rechazar el fantasma de Milena hacia el olvido. Ella, también, es la que definirá del modo más agudo y breve la trágica y enigmática personalidad del escritor: "Kafka ?diría? tenía el porte de un hombre solitario que está siempre en relación con algo externo a él"
Kafka básico
PRAGA, 1883-1924. ESCRITOR
Hijo de un comerciante perteneciente a la minoría judía, a los 23 años se doctoró en Derecho. Empezó a trabajar en una compañía de seguros, hasta que la tuberculosis lo obligó a abandonar su empleo. En vida publicó su obra más célebre, "La metamorfosis" (1915), pero fue su íntimo amigo y biógrafo, Max Brod, el que publicó "El Proceso" (1925), "El Castillo" (1926) y "América" (1931), a pesar de que Kafka le había encargado antes de morir que quemara todos sus manuscritos..."
Tomado de: Revista Ñ, Clarin.
"...ANIVERSARIOS: FRANZ KAFKA
Kafka, solitario y final
El 3 de junio se cumplieron 80 años de la muerte de Franz Kafka. La dolorosa relación con su padre, sus amores traumáticos, su existencia acomplejada, la soledad y la enfermedad, son en parte la clave de esa literatura atormentada que se reflejó en obras como "La metamorfosis" o "El proceso".
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RICARDO DESSAU.
Tengo tal necesidad de buscar a alguien, alguien que al menos me roce con una caricia amable, que ayer estuve en un hotel con una prostituta. Estaba demasiado vieja para ponerse melancólica; se lamentaba, aunque sin admirarse, de que no se es tan cariñoso con las prostitutas como con una querida. No la consolé porque ella tampoco me consoló a mí." Esto escribía Franz Kafka a su amigo, y también novelista, Max Brod, a los veinticinco años. Es uno de los tantísimos testimonios de la infernal soledad que lo persiguió durante toda la vida.
No hace falta leer ninguna biografía del autor de novelas inmortales como El proceso, América o El castillo para comprender este aspecto de su carácter: dichas novelas ?toda su obra, en general? hablan por sí solas. Sus personajes, Joseph K., Karl Rossmann, K., y también, naturalmente, el Gregorio Samsa de La metamorfosis, convertido de la noche a la mañana en un insecto, están pavorosamente solos. Como Franz concluía en una carta a su primera prometida: "¿Habría de pretender nombrarme 'tuyo' al firmar? Nada sería más falso. No, soy mío, y eternamente condenado a mí, eso es lo que soy, y a ello he de intentar acomodarme".
Pero "acomodarse" a esa soledad fue una empresa imposible. Cada vez que desde el centro angustiado de sí mismo intentaba abrirse al mundo ("En Kafka luchaban entre sí dos tendencias contrarias: el anhelo de soledad y el deseo de comunidad", dice el mismo Brod, además su primer biógrafo), fracasaba estrepitosamente. En todo: en su trabajo burocrático, al margen de la literatura, que terminó por vaciarlo y frustrarlo; en sus proyectos cotidianos y en sus fantasías de huida; y, claro está, en sus relaciones con los demás ("puedo disfrutar de las relaciones humanas, no puedo vivirlas"), en especial con el temido padre y ?siempre? con la multitud de mujeres que pasaron por su vida, sin posibilidad de redención.
Probablemente sea su relación con las mujeres el reflejo más exacto de su feroz aislamiento. De estas relaciones quedan abundantes testimonios: desde los propios diarios de Kafka ?que empezó a escribir en 1910, a los veintisiete años, y que siguió llevando prácticamente hasta su muerte, en 1924, cuando estaba a punto de cumplir cuarenta y uno? hasta la tumultuosa correspondencia que mantuvo con tres de aquellas mujeres de las que se enamoró perdidamente: las alemanas Felice Bauer y Grete Bloch y la checoslovaca Milena Jesenská.
"Kafka atrajo a las mujeres a lo largo de toda su vida; él dudaba de ello, pero es incuestionablemente cierto", dice Max Brod. Dudaba de su atractivo físico y personal como dudaba de todo. Especialmente no se sentía cómodo dentro de su cuerpo (menos aún en las continuadas fases depresivas), a pesar de que era esbelto ?medía 1,82? y de que tenía unas bellas facciones y unos enigmáticos y enormes ojos negros. Y cada vez que podía, en sus diarios o en su ficción, se identificaba con un animal: ya fuera un insecto repugnante, como en La metamorfosis, o con un ratón (en Josefina, la cantante, su último relato, dos meses antes de morir).
El padre, el verdugo
Todo el desprecio y la desconfianza que sentía hacia sí mismo venían de su padre, un próspero comerciante de Praga. Despierto o dormido, Franz se veía atenazado por la culpa: la culpa de no ser lo que Hermann Kafka había esperado de él. Kafka, hijo, era débil, sensitivo, reflexivo, y había huido del mundo "real". En línea con la herencia materna (rabinos y hombres de marcada espiritualidad), estaba, como él mismo creía, "incapacitado para vivir". Justamente lo contrario de la herencia paterna, rezumante de vigor, sentido práctico y voluntad.
Toda su vida, Kafka se movió dentro de un círculo de hierro: de la culpa y la sumisión, al desafío y la rebelión, y de aquí (intensificados, naturalmente, sus sentimientos de culpa), de nuevo a la sumisión. En el horizonte, siempre presente la omnímoda figura del progenitor. En su conmovedora Carta al padre (escrita a los treinta y seis años y que, signiflcativamente, empieza con esta frase: "Hace poco me preguntaste, ¿por qué yo afirmaba que te temía?"), señala: "A menudo me imagino un mapa del mundo extendido y a ti tumbado sobre él. Y entonces parece como si las únicas zonas accesibles a mi vida son aquellas que tú no tapas o que están lejos de tu alcance...".
Para Franz, la primera "zona" lejos del alcance paterno era, literalmente, un nuevo hogar, una familia, una mujer. "Aquí no hay nadie que me comprenda íntegramente. Tener a alguien que fuera comprensivo, una mujer, eso sería un sostén para todo, sería tener a Dios", escribe en su diario. Y en otra parte: "Un hombre sin una mujer no es un ser humano" (juicio del Talmud, que Kafka consumía ávidamente).
Pero otra "zona" donde igualmente se podía encontrar a salvo (porque allí era capaz de expresar con entera libertad sus sentimientos contradictorios hacia el padre y, al mismo tiempo, ser él mismo) era la literatura.
El amor o la literatura
En el intento desesperado de huir de su verdugo, la vida adulta de Kafka lo arrojará a una insuperable contradicción: ¿la literatura o el amor?, ¿el "anhelo de soledad" o el "deseo de comunidad"? A la primera mujer con la que se comprometió formalmente, Felice Bauer, le dice en una de las cerca de quinientas cartas que le envió: "¿Cómo podría yo, aun cuando mi mano poseyera gran firmeza, conseguir todo cuanto pretendo al escribirte: convencerte de que mis dos demandas son igualmente serias: 'sigue queriéndome' y 'ódiame'?".
Sólo hacia el final de su vida, con su última amante, Dora Diamant, logró Kafka la anhelada síntesis, al trasladarse juntos a Berlín, donde compartieron un piso "matrimonial". Allí Franz escribió sus últimos relatos. No había, en realidad, tal "contradicción". Lo descubrió tarde. La verdadera contradicción arrancaba del padre.
La correspondencia con Felice se prolongó los cinco años que duró su relación, entre 1912 y 1917 (cuando se conocieron, él tenía veintinueve años y ella veinticinco). Ahí está Kafka de cuerpo entero: un torbellino de pasión, pero, al mismo tiempo, un mar de dudas (y autorrecriminaciones): "Te añoro de tal manera que la pena me oprime el pecho como lágrimas que no pueden derramarse", le dice en una de las cartas. Pero agrega enseguida: "Es pura infamia. A cierta profundidad ?no la más profunda? no quiero nada más que ser arrastrado hacia ti, y el hecho de que yo diga esto es otra muestra de infamia." ¿Infame "insecto"?
Pero la mejor muestra de las vacilaciones de Kafka la constituyen las decisiones absurdas que asume respecto a la proyectada vida en común con Felice: se compromete con ella dos veces y otras tantas rompe el compromiso. Habrá todavía un tercer y último compromiso, esta vez no con Felice, sino con Julie Wohryzek, a quien Franz, que entonces tenía treinta y cinco años, conoció con veintisiete.
El novelista nunca dudó que la enfermedad era la "estocada" que le había asestado uno de los dos "yo" en que estaba dividido: de nuevo el "yo" que deseaba la comunidad era aplastado por el otro "yo", el anhelante de soledad. En cuanto al compromiso con Julie, se rompió de una manera bastante vulgar: dos días antes de la fecha fijada para la boda, Kafka pierde el piso donde se iban a instalar. El hecho parece caído del cielo: no podían casarse sin contar con un lugar seguro para vivir. Poco después aparece otra mujer, Milena, y el pretendiente oficial dejará de serlo.
Milena Jesenská iba a jugar en relación con Julie el mismo papel que Grete Bloch ?segundo amor importante en la vida del escritor? había tenido respecto a Felice. Una y otra actuaron como elementos precipitadores de la separación. Grete y Felice se conocieron poco tiempo antes de que esta última iniciara su amistad con Kafka. Felice ?inconsciente del peligro? se la presentó con la intención de que "mediara" entre sus propios e interminables conflictos. Al principio surgió una apasionada correspondencia. Después, un apasionado amor. "Usted es... la mejor, la más querida y la más dulce de las criaturas", escribió Kafka a Grete. Y al cabo de poco tiempo, en respuesta al telegrama de congratulación de ella por su compromiso con Felice: "Mi compromiso matrimonial no significa el más mínimo cambio en nuestra relación, que, al menos para mí, está llena de encantadoras posibilidades a las que no quiero renunciar".
No renunció: el 21 de abril de 1940, dieciséis años después de la muerte del escritor, Grete confesaba en una carta dirigida a un amigo desde Florencia ?donde vivía? que, años atrás, había tenido un hijo natural. Este, "próximo a cumplir siete años, murió repentinamente en Munich". El destinatario de la carta, tiempo después, se la hizo llegar a Max Brod. Junto con ella, en unas líneas, expresaba su convicción de que el padre de aquel niño había sido Kafka.
Puro fuego
Grete (como las tres hermanas menores del escritor, Elli, Valli y Ottla, y como Milena) moriría, durante la Segunda Guerra Mundial, en un campo de concentración. El destino le había reservado la función (también a Milena) no sólo de contribuir a la desesperada lucha de Kafka por la comunidad ("el roce de una caricia amable"), sino también a la otra, a la que libraba por remachar su soledad ("Soy mío y eternamente condenado a mí").
Milena Jesenská, a diferencia de cualquier otra mujer, llega a los abismos del alma de Kafka. El amor del escritor por ella es el más grande y, por eso mismo, el más imposible. Kafka tiene treinta y seis años cuando conoce a Milena; ella tan sólo veinticuatro. Es Milena la que inicia la relación al ofrecerse, por carta, como traductora de su obra al checo (Kafka escribía en alemán). La misiva es respondida y la correspondencia crece.
Milena tenía una desesperación vital, agravada por una mala relación con su marido, el escritor Ernst Polak. Extasiado por esta mujer, Kafka escribe a Brod: "Ella es puro fuego, algo que jamás he visto, un fuego, por cierto, que a pesar de todo sólo arde para él (para Polak). Pero extremadamente tierno, valeroso, inteligente, y ella lo entrega todo a ese sacrificio. ¿Qué clase de hombre tiene que ser él para inspirar esto?".
La correspondencia con Milena ya no es suficiente: "Los besos por escrito no bastan, se los beben por el camino los fantasmas", escribe Kafka. Pero tampoco es posible la proximidad de los amantes. Al menos no es posible para ese otro yo de Franz que una vez había expresado a su hermana menor, Ottla: "Escribo de modo distinto a como hablo, hablo de modo distinto a como pienso, pienso de modo distinto a como debiera pensar, y así hasta llegar a la más honda tiniebla".
Será en adelante ?y por poco tiempo, el que le resta de vida? una modesta muchacha de poco más de veinte años, Dora Diamant, la encargada de rechazar el fantasma de Milena hacia el olvido. Ella, también, es la que definirá del modo más agudo y breve la trágica y enigmática personalidad del escritor: "Kafka ?diría? tenía el porte de un hombre solitario que está siempre en relación con algo externo a él"
Kafka básico
PRAGA, 1883-1924. ESCRITOR
Hijo de un comerciante perteneciente a la minoría judía, a los 23 años se doctoró en Derecho. Empezó a trabajar en una compañía de seguros, hasta que la tuberculosis lo obligó a abandonar su empleo. En vida publicó su obra más célebre, "La metamorfosis" (1915), pero fue su íntimo amigo y biógrafo, Max Brod, el que publicó "El Proceso" (1925), "El Castillo" (1926) y "América" (1931), a pesar de que Kafka le había encargado antes de morir que quemara todos sus manuscritos..."
Tomado de: Revista Ñ, Clarin.
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