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Misterio e intriga de principio a fin... curiosidades, hechos bizarros e increibles, lo "paranormal": todo lo diferente a la cotidianeidad tiene lugar en esta bitacora de fenomenos e interrogantes de dificil respuesta... porque ¡aún no hemos perdido la capacidad de asombro!

domingo, marzo 14, 2004

La Calesita. Gira que gira, la calesita... algunos tratan de usar como sinónimos el castizo español "tiovivo" o el afrancesado "carrousel". Pero no hay lugar para sinónimos, la calesita es única y autenticamente porteña. Por fin cobran (por Ley) la importancia cultural que merecen.

"...HISTORIAS URBANAS: UN ENTRETENIMIENTO QUE SOBREVIVE A LAS MODAS

Declaran patrimonio cultural de la Ciudad a 26 calesitas

Son las más tradicionales y tienen piezas originales de valor histórico. Ubicadas en plazas y parques, muchas permanecen en manos de sus viejos dueños. Buscan que no sean destruidas ni modificadas.

Nora Sánchez. .
nsanchez@clarin.com

Dicen que no hay días más tristes para los calesiteros que los de lluvia. Porque extrañan el ritual del suave girar de los caballos de madera, la sortija y las expresiones fascinadas de los chicos. Un ritual que repiten desde hace décadas, pero que no pierde su encanto.

En Buenos Aires sobreviven 26 calesitas tradicionales como las de las plazas Almagro, 1º de Mayo, Irlanda, Las Heras y los parques Avellaneda y Rivadavia, entre otros espacios públicos. Aparte habría una quincena en terrenos privados, como la de Don Luis (ver La magia...), que con casi un siglo es una de las más antiguas. Fueron muchas las que cerraron: en 1959 llegó a haber más de un centenar. Ahora, el Gobierno porteño planea proteger a las que quedan declarándolas patrimonio cultural.

En 2001, los calesiteros estuvieron en peligro. Las concesiones estaban vencidas y desde la Secretaría de Hacienda se empezó a preparar una nueva licitación para llevar a las calesitas a subasta pública. Un rumor decía que un grupo económico iba a reemplazarlas por modernos carruseles, como los de los shopping.

"En 2002, cuando los pliegos estaban listos, se frenó la subasta. Se prolongaron las concesiones de 1981, cuando fue la última licitación, y la Subsecretaría de Patrimonio Cultural comenzó un relevamiento de calesitas para integrarlas a la Ley de Patrimonio Cultural, una norma que finalmente se promulgó en enero", explica Sandra Castillo, directora de Coordinación de la Jefatura de Gabinete de la Ciudad.

En total se relevó el estado de 26 calesitas en espacios públicos. La mayoría salió de la primera fábrica que funcionó en el país hasta 1984, la de los hermanos Sequalino, de Rosario, y posee valor histórico. "Aunque las concesiones se van a revisar, la idea es que sigan en manos de los viejos calesiteros", asegura Castillo.

La intención oficial es encarar un plan de arreglos y revitalización con fondos del Gobierno porteño y mano de obra de los calesiteros. "Estamos trabajando para incluir a las calesitas en la reglamentación de la Ley 1227 de Patrimonio Cultural. Así van a poder entrar en los programas de ayuda de protección del patrimonio", confirma el secretario de Cultura porteño, Gustavo López.

"El primer paso será difundir a través de un libro dónde están las calesitas patrimoniales para que la gente aprenda a apreciarlas. Además vamos a ofrecerles asesoramiento técnico para ponerlas en valor. La prueba piloto va a ser con la calesita de Pascualito, en la plaza Roque Saénz Peña, que es una de las más deterioradas", adelanta la subsecretaria de Patrimonio Cultural, Silvia Fajre.

Los calesiteros aprueban la iniciativa. "Por fin tienen en cuenta que las calesitas le pertenecen a la Ciudad. Los municipios siempre nos trataron como sus clientes. Pero el calesitero del barrio es más que eso: es el que tiene confianza con los vecinos. Las generaciones se van sucediendo y todas pasan por la calesita", reflexiona Carlos Pometti, nieto, hijo, sobrino y primo de calesiteros.

En el gremio, aseguran que tener una calesita es más una pasión que un negocio. Desde 1991 que cobran $ 0,50 la vuelta. Y mantienen una tradición que juran que es argentina: la de la sortija. El que la saca, da otra vuelta gratis. "En los tíovivos de España, eso no existe", dice Ricardo Borrajo (77), un gallego de Orense que hace 43 años está a cargo de la calesita del Parque Lezama.

"Los videojuegos nos sacaron mucho público. Un sábado o domingo pueden venir 300 chicos, pero los días de semana no pasan los 60. Además, los de 12 ya no suben. Los pibes vienen hasta los 8", dice Pometti, a cargo de las calesitas de las plazas Aristóbulo del Valle y Nueva Pompeya.

Eso sí, los calesiteros afirman que los más chiquitos disfrutan de la calesita como lo hicieron sus padres o abuelos. Extrañamente, nadie sabe quién inventó esta diversión que sobrevive a siglos y modas. La primera referencia es de 1648, cuando a un viajero le extrañó en Turquía, el Maringiak, "un enorme plato con caballos de madera que gira sobre sí mismo". Según algunos estudiosos, el invento llegó a Europa en 1673, cuando Rafael Folyarte registró la primera patente de una calesita en Inglaterra. La bautizó merry go round (algo así como "vueltas alegres"). El juego se propagó por Francia, exclusivo de la aristocracia.

Fue desde allí que llegó la primera calesita a Buenos Aires, en 1860. Las pioneras giraban impulsadas por un caballo, hasta que en los años 30 llegaron el motor naftero y las famosas calesitas de los hermanos Sequalino. Esas que hoy siguen girando fielmente en las plazas porteñas.


Como un viaje a la aventura

Aunque hoy existen juegos mucho más elaborados, la calesita sigue atrayendo a los chicos generación tras generación. "Bajo distintos disfraces, los otros juegos tampoco abandonaron su esencia. La virtud de la calesita es que persiste casi en su estructura original", opina el psicólogo especialista en juegos Harry Hochstaet.

Según el experto, cuando un juego es universal es porque responde a necesidades básicas relacionadas con el crecimiento. "Cada vez que se suben a la calesita, los bebés o los chicos de hasta 8 años sienten que inician una aventura —dice Hochstaet—. Para los más grandes, el desafío es ganarse la sortija. Y entre los más chicos se pone a prueba una sensación corporal primitiva y placentera que tiene que ver con el vértigo".

Los más chiquitos pasan por distintas etapas en la calesita. Primero, todo los sorprende. "Después, como es un juego previsible, se torna repetido y ahí empieza lo divertido. Los chicos se apropian de la calesita y proyectan en el caballo o barco de madera sus propios contenidos", dice el especialista.

Hochstaet sostiene que la calesita contribuye a la maduración: "En cada vuelta, la mamá saluda a su hijo como si se fuera de viaje. Y el chico aprende a quedarse solo y a mantener el equilibrio".


PUNTO DE VISTA


Refugio infinito

Daniel Aller.
Daller@clarin.com

Pobre de aquel que no ha sentido la vanidad inocente que despierta sacar una sortija. O la inesperada sensación de vértigo, agarrado por primera vez del palo, arrimándose peligrosamente a los bordes para el susto de las madres espectadoras. Infelices los que no fueron, de mano de una abuela, jinetes de la magia de montar el caballo que llega más alto, o esclavos del apuro por subir —antes que nadie— al codiciado autito azul. O aquellos que no esperaron, como lógico y merecido correlato del ritual, el puñado de garrapiñada, el copo de nieve, los caramelos masticables. Abuelos, padres, hijos, nietos que serán padres y abuelos otra vez. Todos dimos una vuelta infinita, y otra, y otra más. Como ellas, las calesitas, que no renuncian a seguir siendo el eterno refugio de la ilusión.


TESTIMONIO

La magia en un patio de Liniers

Cada día, a eso de las cinco de la tarde, Don Luis (84) les abre su casa de Liniers a los chicos. Allí, en el patio delantero, está su calesita casi centenaria, cerca de la esquina de Ramón Falcón y Miralla. Su padre, Juan Rodríguez, la compró usada en 1920 con dinero prestado, después de perder su trabajo como guardia de tranvía. Y partió con su calesita ambulante, de pueblo en pueblo y de barrio en barrio. Iba con Rubio, un caballo que la hacía girar cuando escuchaba la música del órgano.

A los 15 años, Luis dejó la secundaria y se convirtió en socio de su papá. Don Juan murió en 1944, pero él siguió girando por los pueblos. "Hasta que en 1965, cansado de dar vueltas, instalé la calesita en casa. Ahora hago todo solo: soy carpintero, herrero, electricista y pintor. Vendo los boletos y doy la sortija. En Liniers soy más popular que La Cumparsita", se ufana.

Rodríguez recuerda cuando, en 1935, los caballos fueron reemplazados por un motor a nafta y, más adelante, eléctrico. Sin embargo, su calesita hoy sigue intacta en su esencia, con sus caballos de madera y un barquito originales. "Yo mismo hice los aviones, los autos y dos camellos", muestra entusiasmado.

"Una de las mayores atracciones es la sortija. Yo la voy repartiendo, para que todos se vayan contentos. Porque la sortija tiene su picardía, si la inclino los chicos la tocan pero no la pueden sacar", dice con un guiño. Don Luis tiene el orgullo de que sus ex clientes le llevan hijos y nietos, que redescubren un mundo mágico a 40 centavos la vuelta. El, como siempre, los despide con un caramelo.


El heredero de una vieja pasión

—¿Qué pasa abuela? ¿Hoy no anda la calesita?

—Preguntale a Tatín.

Agustín Ravello (64), el célebre Tatín, tranquiliza sonriente a una nena que no pasa los cinco: "Sí, subí que ya arranca". Y la calesita de Parque Chacabuco empieza a girar una vez más, como desde 1960.

El papá de Tatín, que había sido jockey, empezó pintando calesitas. Hasta que se licitó la del parque y se dio el gusto de tener una propia. Por esa época había un cómico llamado Tatín Cifuentes, que los sábados visitaba calesitas y llevaba a los chicos que se ganaban la sortija a su ciclo en Canal 7. "Vino varias veces a la nuestra y, como a mí me decían Tati, empezaron a llamarme Tatín. Así nació La Calesita de Tatín", recuerda.

"Siempre trabajé con papá —cuenta—. Pero hace 24 años dejé mi empleo para dedicarme por completo a la calesita". Ravello padre murió en 1995, pero su hijo Tatín sigue con la tradición familiar. Después de todo, él ayudó a construir los caballos, jirafas y leones que transportan a los chicos a la fantasía.

A pesar de todo, él sigue trabajando en su calesita. "Está recién pintada —muestra—. Tal como quería papá, la acaba de ilustrar Goyo Mazzeo, que era uno de los dibujantes de Anteojito. Sólo falta pintar el techo".

"Lo que más me gusta es divertirme con los chicos —confiesa—. Los tiempos cambiaron: antes pasábamos marchas infantiles y ahora nos piden Los Pibes Chorros". Los cambios no lo asustan, aunque sí siente nostalgia de aquellos días en que se formaba cola delante de la boletería. "Ahora trabajamos lo que podemos", suspira Tatín.


Motivo de un tango

El carrusél de la plaza 1º de Mayo fue el que inspiró a Mariano Mores y Cátulo Castillo para escribir el tango "La calesita", en 1953.

Tomado de: Clarín.
 
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