Y para concluir (por hoy) con el tema de Jesús y sus misterios, veamoslo a través del tiempo.
"...Jesús a través del tiempo
Por David Gibson
The New York Times
NUEVA YORK
Sean cuales fueren los argumentos en favor de la verosimilitud de La Pasión de Cristo , el film de Mel Gibson, no cabe duda de que este Jesús hollywoodense se asemeja muy poco al Jesús histórico. Lo encarna Jim Caviezel, un buen mozo de cabello oscuro y ojos azules, a quien comparan con Montgomery Clift por su expresión cavilosa. Su físico no concuerda exactamente con las evidencias arqueológicas: en tiempos de Jesús, los hombres medían poco menos de 1,60 metros y pesaban unos 50 kilos.
En vista de las duras condiciones de vida, en especial para una familia de artesanos, sumadas al ascetismo y a las caminatas de Jesús, los expertos concuerdan en que, probablemente, fue un campesino bastante enjuto, recio y poco atractivo.
Presentarlo como un ídolo cinematográfico no es una novedad. En Rey de reyes (1961), Jeffrey Hunter fue "el Jesús de Malibú". En La última tentación de Cristo (1988), Willem Dafoe propuso un Salvador de celuloide. En La historia más grande jamás contada (1965), Max von Sydow fue un Jesús guapo y evidentemente ario. Desde luego, es imposible imaginar cómo era realmente. Por de pronto, sus seguidores se habían criado en la religión judía, que prohibía toda representación de la divinidad; de ahí su aparente indiferencia hacia el aspecto físico de su Maestro.
Aún así, el interrogante no tardó en surgir, por curiosidad natural y como defensa contra los que negaban la divinidad de Jesús, aduciendo que Dios no podría hacerse carne corruptible. En el siglo II, Celso, un filósofo platónico de Alejandría, escribió: "Dios es bueno, hermoso y bendito en grado máximo. Pero si bajara a morar entre los hombres, debería experimentar un cambio del bien al mal, de la virtud al vicio, de la felicidad a la desdicha y de lo mejor a lo peor".
Celso expresó el pensamiento de su época. En el mundo antiguo, los dioses eran grandes guerreros y, a menudo, grandes seductores olímpicamente distantes de los simples mortales. Sin embargo, las opiniones de Celso bastaron para enardecer a los apologistas de Jesús, perseguidos por la Roma pagana. Uno de ellos, Orígenes, en vez de contraatacar transformando a Jesús en un Zeus magnificado, hizo lo contrario. En su tratado Contra Celsum , sostuvo que Jesús no se había distinguido de sus contemporáneos comunes. De hecho, esta medianía era una prueba de su divina humildad y el cumplimiento de lo profetizado acerca del Mesías: "No tenía apariencia ni presencia; (lo vimos) y no tenía aspecto que pudiésemos estimar" (Isaías, 53; Biblia de Jerusalén, Ed. 1975).
Para refutar a los primeros herejes, en especial a los gnósticos, que solían presentar a Jesús como un espíritu parcialmente encarnado, se utilizó un argumento similar. En su polémica De carne Christi , escrita a comienzos del siglo III, Tertuliano llegó a decir que el cuerpo de Jesús "ni siquiera alcanzó la belleza humana, y ni hablar de la gloria divina". E insistió: "Los sufrimientos acreditaron su humanidad carnal; las injurias demostraron la abyección de ésta". Algunos estimaron que Tertuliano y sus aliados habían ido demasiado lejos. La disputa en torno de si Jesús era Dios, hombre o poseía ambas naturalezas, reveladas en el misterio de la Encarnación, derivó en verdaderas batallas teológicas. La cuestión sólo se zanjó a fines del siglo VII.
Después, los padres de la Iglesia procuraron templar el interés por el aspecto físico de Jesús, cuestión que tildaron de irrelevante o de irreverente, pero fue inútil. En la Alta Edad Media, las dos imágenes más populares fueron el rostro anodino en el lienzo con que, según la tradición, Verónica le limpió el sudor en el Vía Crucis, y el Mandylion de Edesa (hoy conocido como el Santo Sudario de Turín), un retrato espectral, supuestamente hecho sin ninguna intervención humana.
Si bien la creación efectiva de imágenes de Jesús los intimidaba un tanto, los artistas pronto empezaron a producir una variedad infinita de ellas. Cada época tuvo la que necesitaba, desde los iconos estáticos, aunque profundos, de la Iglesia Ortodoxa Oriental hasta el púgil castigador del Juicio Final, de Miguel Angel, que tomó por modelo el Apolo del Belvedere. Los negros esclavos pintaron un Jesús africano y Chagall, a la víctima de un pogromo, con un talit (chal de oración judío) por taparrabo. En Asia, tuvo ojos almendrados; en Escandinavia, cabello rubio. La tendencia constante ha sido humanizarlo más, apartarse del remoto Cristo divino y presentar a un Jesús con el que sus fieles pudieran identificarse. Caravaggio dio a los italianos del siglo XVII un Jesús campesino y sufriente. El cineasta Kevin Smith reflejó la mentalidad contemporánea -"él es mi mejor amigo"- al introducir en Dogma (1999) a un Jesús sonriente.
Intentar redescubrir su verdadero rostro no es cosa fácil. Durante la filmación de The mystery of Jesus , un documental sobre el personaje histórico, recurrimos a Richard Neave, un artista británico, ya retirado, experto en reconstruir los rostros de celebridades antiguas a partir de escasos rastros arqueológicos. Pocos años antes, había trabajado con la BBC en un proyecto similar. Basándose en los cráneos de tres habitantes semitas de la Palestina del siglo I, compuso y vació otro, sobre el cual modeló el rostro de un contemporáneo de Jesús. El posterior maquillaje de la BBC disgustó a Neave y a muchos otros. Algunos dijeron que parecía un taxista neoyorquino.
Contratamos en Nueva York al artista Donato Giancola, consultamos a otros expertos y rehicimos el retrato utilizando el cráneo compuesto por Neave. A mi juicio, salió un Jesús más noble y hasta espiritual, pero creíble desde el punto de vista histórico. Con todo, se asemejaba extrañamente a Giancola. En parte, fue pura coincidencia: el rostro de Donato se parece al que moldeó Neave; en parte, fue inevitable. Los artistas siempre se pintan a sí mismos, del mismo modo en que los creyentes siempre se toman por modelos de sus dioses. En el siglo V a.C., el filósofo y poeta griego Jenófanes satirizó la tendencia del hombre a crear dioses a su imagen y semejanza. Los dioses etíopes, escribió, tenían la piel morena; los tracios eran pálidos y pelirrojos. "Y si los bueyes y los caballos, o los leones, tuviesen manos y pudiesen pintar con ellas y producir obras de arte como hacen los hombres, los caballos pintarían a los dioses como caballos y los bueyes como bueyes."
En su nuevo libro, American Jesus , Stephen Prothero aborda un tema cultural en boga: la versión particularmente norteamericana de Jesús. A comienzos del siglo XX, los dirigentes cristianos se obsesionaban por contrarrestar la imagen popular de un Cristo "afeminadamente dulce", como dijo un pastor o, para citar a otro, "melindroso y afeminado". En 1940, un maestro de arte exhortó a Warner Sallman, un oscuro publicista evangélico de Chicago, a pintar un "Cristo viril que afrontara el Calvario como triunfador". El resultado fue la famosa Cabeza de Cristo. Distribuyeron copias entre los soldados que libraban la Segunda Guerra Mundial y llegó a ser la estampa de Jesús más popular de todos los tiempos, con más de 500 millones de ejemplares en circulación.
En este sentido, el film de Gibson podría considerarse una nueva vuelta en la batalla, ya más que secular, por garantizar a los norteamericanos que Jesús fue un Salvador varonil y que los hombres de pelo en pecho pueden ser buenos cristianos. Un experto en la materia, el profesor Steve Humphries-Brooks, del Hamilton College, ve en el Jesús de Gibson a una especie de "héroe batallador y triunfante" para tiempos difíciles, capaz de representar a una nación dura y realista.
Desde siempre, los cristianos han sido tan sensibles a las imágenes fuertes como a la palabra escrita. Pero el "verdadero" rostro de Jesús es, en realidad, una tela en blanco. O un palimpsesto que cada generación reescribe como una manera de definir el significado de su fe.
(Traducción de Zoraida J. Valcárcel)
David Gibson es el autor de The coming Catholic Church y coproductor de T he mystery of Jesus ; dice no tener parentesco alguno con Mel Gibson.
Tomado de: La Nación.
"...Jesús a través del tiempo
Por David Gibson
The New York Times
NUEVA YORK
Sean cuales fueren los argumentos en favor de la verosimilitud de La Pasión de Cristo , el film de Mel Gibson, no cabe duda de que este Jesús hollywoodense se asemeja muy poco al Jesús histórico. Lo encarna Jim Caviezel, un buen mozo de cabello oscuro y ojos azules, a quien comparan con Montgomery Clift por su expresión cavilosa. Su físico no concuerda exactamente con las evidencias arqueológicas: en tiempos de Jesús, los hombres medían poco menos de 1,60 metros y pesaban unos 50 kilos.
En vista de las duras condiciones de vida, en especial para una familia de artesanos, sumadas al ascetismo y a las caminatas de Jesús, los expertos concuerdan en que, probablemente, fue un campesino bastante enjuto, recio y poco atractivo.
Presentarlo como un ídolo cinematográfico no es una novedad. En Rey de reyes (1961), Jeffrey Hunter fue "el Jesús de Malibú". En La última tentación de Cristo (1988), Willem Dafoe propuso un Salvador de celuloide. En La historia más grande jamás contada (1965), Max von Sydow fue un Jesús guapo y evidentemente ario. Desde luego, es imposible imaginar cómo era realmente. Por de pronto, sus seguidores se habían criado en la religión judía, que prohibía toda representación de la divinidad; de ahí su aparente indiferencia hacia el aspecto físico de su Maestro.
Aún así, el interrogante no tardó en surgir, por curiosidad natural y como defensa contra los que negaban la divinidad de Jesús, aduciendo que Dios no podría hacerse carne corruptible. En el siglo II, Celso, un filósofo platónico de Alejandría, escribió: "Dios es bueno, hermoso y bendito en grado máximo. Pero si bajara a morar entre los hombres, debería experimentar un cambio del bien al mal, de la virtud al vicio, de la felicidad a la desdicha y de lo mejor a lo peor".
Celso expresó el pensamiento de su época. En el mundo antiguo, los dioses eran grandes guerreros y, a menudo, grandes seductores olímpicamente distantes de los simples mortales. Sin embargo, las opiniones de Celso bastaron para enardecer a los apologistas de Jesús, perseguidos por la Roma pagana. Uno de ellos, Orígenes, en vez de contraatacar transformando a Jesús en un Zeus magnificado, hizo lo contrario. En su tratado Contra Celsum , sostuvo que Jesús no se había distinguido de sus contemporáneos comunes. De hecho, esta medianía era una prueba de su divina humildad y el cumplimiento de lo profetizado acerca del Mesías: "No tenía apariencia ni presencia; (lo vimos) y no tenía aspecto que pudiésemos estimar" (Isaías, 53; Biblia de Jerusalén, Ed. 1975).
Para refutar a los primeros herejes, en especial a los gnósticos, que solían presentar a Jesús como un espíritu parcialmente encarnado, se utilizó un argumento similar. En su polémica De carne Christi , escrita a comienzos del siglo III, Tertuliano llegó a decir que el cuerpo de Jesús "ni siquiera alcanzó la belleza humana, y ni hablar de la gloria divina". E insistió: "Los sufrimientos acreditaron su humanidad carnal; las injurias demostraron la abyección de ésta". Algunos estimaron que Tertuliano y sus aliados habían ido demasiado lejos. La disputa en torno de si Jesús era Dios, hombre o poseía ambas naturalezas, reveladas en el misterio de la Encarnación, derivó en verdaderas batallas teológicas. La cuestión sólo se zanjó a fines del siglo VII.
Después, los padres de la Iglesia procuraron templar el interés por el aspecto físico de Jesús, cuestión que tildaron de irrelevante o de irreverente, pero fue inútil. En la Alta Edad Media, las dos imágenes más populares fueron el rostro anodino en el lienzo con que, según la tradición, Verónica le limpió el sudor en el Vía Crucis, y el Mandylion de Edesa (hoy conocido como el Santo Sudario de Turín), un retrato espectral, supuestamente hecho sin ninguna intervención humana.
Si bien la creación efectiva de imágenes de Jesús los intimidaba un tanto, los artistas pronto empezaron a producir una variedad infinita de ellas. Cada época tuvo la que necesitaba, desde los iconos estáticos, aunque profundos, de la Iglesia Ortodoxa Oriental hasta el púgil castigador del Juicio Final, de Miguel Angel, que tomó por modelo el Apolo del Belvedere. Los negros esclavos pintaron un Jesús africano y Chagall, a la víctima de un pogromo, con un talit (chal de oración judío) por taparrabo. En Asia, tuvo ojos almendrados; en Escandinavia, cabello rubio. La tendencia constante ha sido humanizarlo más, apartarse del remoto Cristo divino y presentar a un Jesús con el que sus fieles pudieran identificarse. Caravaggio dio a los italianos del siglo XVII un Jesús campesino y sufriente. El cineasta Kevin Smith reflejó la mentalidad contemporánea -"él es mi mejor amigo"- al introducir en Dogma (1999) a un Jesús sonriente.
Intentar redescubrir su verdadero rostro no es cosa fácil. Durante la filmación de The mystery of Jesus , un documental sobre el personaje histórico, recurrimos a Richard Neave, un artista británico, ya retirado, experto en reconstruir los rostros de celebridades antiguas a partir de escasos rastros arqueológicos. Pocos años antes, había trabajado con la BBC en un proyecto similar. Basándose en los cráneos de tres habitantes semitas de la Palestina del siglo I, compuso y vació otro, sobre el cual modeló el rostro de un contemporáneo de Jesús. El posterior maquillaje de la BBC disgustó a Neave y a muchos otros. Algunos dijeron que parecía un taxista neoyorquino.
Contratamos en Nueva York al artista Donato Giancola, consultamos a otros expertos y rehicimos el retrato utilizando el cráneo compuesto por Neave. A mi juicio, salió un Jesús más noble y hasta espiritual, pero creíble desde el punto de vista histórico. Con todo, se asemejaba extrañamente a Giancola. En parte, fue pura coincidencia: el rostro de Donato se parece al que moldeó Neave; en parte, fue inevitable. Los artistas siempre se pintan a sí mismos, del mismo modo en que los creyentes siempre se toman por modelos de sus dioses. En el siglo V a.C., el filósofo y poeta griego Jenófanes satirizó la tendencia del hombre a crear dioses a su imagen y semejanza. Los dioses etíopes, escribió, tenían la piel morena; los tracios eran pálidos y pelirrojos. "Y si los bueyes y los caballos, o los leones, tuviesen manos y pudiesen pintar con ellas y producir obras de arte como hacen los hombres, los caballos pintarían a los dioses como caballos y los bueyes como bueyes."
En su nuevo libro, American Jesus , Stephen Prothero aborda un tema cultural en boga: la versión particularmente norteamericana de Jesús. A comienzos del siglo XX, los dirigentes cristianos se obsesionaban por contrarrestar la imagen popular de un Cristo "afeminadamente dulce", como dijo un pastor o, para citar a otro, "melindroso y afeminado". En 1940, un maestro de arte exhortó a Warner Sallman, un oscuro publicista evangélico de Chicago, a pintar un "Cristo viril que afrontara el Calvario como triunfador". El resultado fue la famosa Cabeza de Cristo. Distribuyeron copias entre los soldados que libraban la Segunda Guerra Mundial y llegó a ser la estampa de Jesús más popular de todos los tiempos, con más de 500 millones de ejemplares en circulación.
En este sentido, el film de Gibson podría considerarse una nueva vuelta en la batalla, ya más que secular, por garantizar a los norteamericanos que Jesús fue un Salvador varonil y que los hombres de pelo en pecho pueden ser buenos cristianos. Un experto en la materia, el profesor Steve Humphries-Brooks, del Hamilton College, ve en el Jesús de Gibson a una especie de "héroe batallador y triunfante" para tiempos difíciles, capaz de representar a una nación dura y realista.
Desde siempre, los cristianos han sido tan sensibles a las imágenes fuertes como a la palabra escrita. Pero el "verdadero" rostro de Jesús es, en realidad, una tela en blanco. O un palimpsesto que cada generación reescribe como una manera de definir el significado de su fe.
(Traducción de Zoraida J. Valcárcel)
David Gibson es el autor de The coming Catholic Church y coproductor de T he mystery of Jesus ; dice no tener parentesco alguno con Mel Gibson.
Tomado de: La Nación.
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