Expedientes ALFA - OMEGA

Misterio e intriga de principio a fin... curiosidades, hechos bizarros e increibles, lo "paranormal": todo lo diferente a la cotidianeidad tiene lugar en esta bitacora de fenomenos e interrogantes de dificil respuesta... porque ¡aún no hemos perdido la capacidad de asombro!

lunes, agosto 30, 2004

Sin celular ni carro... maravilloso

Me identifico plenamente con la autora del articulo. Descubri hace un tiempo que el teléfono celular me provoca tal estado de estres que llega a enfermarse (o estando enfermo, retardar mi sanacion). Siempre disfrute los viajes en tren y los añoro en este pais que (salvo el metro de Caracas, tan venido a menos) carece de infraestructura ferroviaria.

Tampoco tuve carro por un buen tiempo. No es que no lo necesitara, sino que no me gusta el tráfico de Caracas. Me gusta la conducción despejada, en carreteras. Pero mantener un carro significaba otras preocupaciones y realmente con el problema de estacionarse, cuidar que nada pasara, dejaba de hacer muchas diligencias que me resultaban mas practicas en metro o taxi. Ahora compre uno pero poco lo uso, solo lo indispensable.

En fin, no se expresarme tan bien como la articulista, asi que los dejo con ella.

"...OPINION

En tren y sin celular, por Beatriz Sarlo

No tener auto ni telefonía móvil es una especie de rareza en ciertas capas de la clase media. Los demás miran esta opción con asombro. Aunque pueda resultar más barata, cómoda y, además, ecológica.
BEATRIZ SARLO*.
bsarlo@viva.clarin.com.ar

Le señalé que a esa hora de la noche de un sábado, precisamente, estarían volviendo a sus casas gente cuyas ocupaciones están en Buenos Aires: vendedoras de tiendas y supermercados o mozos, por ejemplo; y que en esa compañía yo iba a sentirme perfectamente confortable. Mi amigo, que no pertenece a la aristocracia, me dijo que la diferencia estaba en la ropa. Yo, que tampoco pertenezco a la aristocracia, le dije que, si vamos al caso, la diferencia de ropa es algo que no puede ocultarse en ninguna parte ni a ninguna hora. Mi amigo, entonces, me dijo: "Por lo menos no lleves la tarjeta del banco ni el celular". Olvidaba, evidentemente, que no tengo celular, lo cual, a esta altura ya se había convertido en un signo de extrañeza. Conozco personas que no tienen televisión y lo presentan como una marca cultural que los elevaría por sobre los demás mortales. Conozco también algunos que no leen diarios argentinos sobre papel y se confían a lo que puedan sacar de las ediciones internacionales en Internet. Ninguno de esos dos grupos me pareció nunca demasiado simpático, precisamente por el gesto ampuloso de establecer una separación nítida entre ellos y el resto del mundo.

Me pregunté entonces si mi carencia de auto y celular me ponía en esa categoría de gente. Una especie de snobismo de la prescindencia que, si lo descubría en mí misma, no me iba a resultar agradable. Carecer de auto o de celular no garantiza ninguna superioridad. Lo que habría que ver es si se sostiene en una elección sensata. Hace pocas semanas, una investigación informó que el 75 % de la polución de la ciudad de Buenos Aires proviene del transporte automotor, incluidos los autos particulares. Quien vive en Buenos Aires tiene el privilegio de vivir en una ciudad con comunicaciones públicas razonablemente buenas; yo, que vivo en Buenos Aires, jamás he necesitado de un auto para ninguna actividad, en los horarios diurnos y nocturnos más variados. Naturalmente, si viviera a quince kilómetros delCentro, si tuviera que transportar niños o mercancías, el razonamiento caería en pedazos. Eso pensé en lo que respecta al auto. No se trataba de un signo de distinción sino de una opción barata y relativamente cómoda. Y, como bonus track, una opción ambientalista.

Lo del celular me resultó más fácil. Tengo un teléfono en mi casa y otro en mi oficina; ni chicos ni ancianos dependen de mí en términos de seguridad o circunstancias de vida; no soy médica, ni cadete, ni responsable de prensa de algún político, ni bombero voluntario.

Los usos que le daría al celular estarían restringidos, por ejemplo, a recibir llamadas en el subterráneo o el colectivo, en los restaurantes, cuando voy a comprar un libro o un par de zapatos, cuando tomo café con un amigo o camino por el barrio. Estos lapsos no son más extensos que dos o tres horas. Decididamente, el celular no está entre mis prioridades. Además no tengo que acordarme de dejarlo en casa, como me aconsejó mi amigo, cada vez que viaje en tren por el Gran Buenos Aires.

ESCRITORA Y ENSAYISTA

Tomado de: Revista Viva,Clarín.
 
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