Expedientes ALFA - OMEGA

Misterio e intriga de principio a fin... curiosidades, hechos bizarros e increibles, lo "paranormal": todo lo diferente a la cotidianeidad tiene lugar en esta bitacora de fenomenos e interrogantes de dificil respuesta... porque ¡aún no hemos perdido la capacidad de asombro!

sábado, agosto 14, 2004

La "Filosofía de lo Neutro" de Barthes

"...LECTURAS

Fragmentos sobre lo neutro

Uno de los últimos cursos que dictó Roland Barthes, en 1977, abordó "lo neutro", como utopía de paz respecto de los múltiples significados en lucha. Sus notas ahora se publican en castellano.

JOSE FERNANDEZ VEGA.

Sólo un artista de la digresión como Roland Barthes pudo asumir el riesgo de dedicar un curso entero ?unas 26 horas lectivas en total? a "lo neutro". ¿Qué se puede decir acerca de semejante tópico, en apariencia tan árido como limitado? La sensación, por momentos, es que el profesor se pierde por todas la ramas y apenas habla del asunto; el resultado final, sin embargo, es un fascinante registro de las reverberaciones del tema, incluso una genealogía. La oportuna cita clásica y una retórica proverbial fueron, desde siempre, los exquisitos recursos de Barthes. ¿Qué lo impulsó entonces a esa elección particular? Un cierto anhelo personal, pues "se estudia lo que se desea o lo que se teme", aclara Barthes, "el nombre auténtico del curso podría haber sido: El deseo de lo neutro".

Un trasfondo biográfico apenas velado es otra característica saliente de este curso que "describe más bien faltas, fantasmas, 'imposibilidades'". Pues lo neutro implica una fuga del yo, pronombre central de la modernidad. La tradición que mejor encarna esta tendencia no es occidental ?demasiado ególatra, dinámica y conflictiva? sino esa suspensión subjetiva que caracteriza al Tao y con la cual conseguiríamos liberarnos de la esclavitud de sostener la propia imagen. En este Oriente real o imaginario, en todo caso, anhelo del profesor, lo neutro es un territorio liberado.

Barthes aspira a un imposible: la crítica del discurso a través del discurso. Bien consciente de esta tensión esencial, lo neutro se le aparece como una llave para salir del encierro ideológico inscripto en la lengua. Porque la semiología (o estudio de los signos) que Barthes practicó tiene en el lenguaje su primer gran objeto de estudio, si bien no el único. Y una semiología de lo neutro debería empezar por reconocer en el término una categoría gramatical que vence el paradigma de los géneros masculino-femenino. La recuperación del origen latino de la expresión resulta elocuente: "ni uno ni otro". Lo neutro es, por tanto, aquello que escaparía a ese omnipresente juego de oposiciones tan típico de la organización de nuestro conocimiento en cualquier campo. Plural y productivo, lo neutro soporta los mismos prejuicios culturales que la figura del andrógino.

Un año antes de iniciar este curso, en la solemne ocasión de su lección inaugural en el Collège de France, ámbito consagratorio donde desde entonces ejercería la docencia, Barthes lanzó una célebre provocación. El lenguaje es fascista, afirmó, puesto que no es tanto lo que impide expresar cuanto lo que obliga a decir. La idea es subsidiaria de una conocida fórmula de Foucault (artífice del ingreso de Barthes al Collège) según la cual el poder, antes de reprimir conductas, las produce y crea realidades. En efecto, cuando iniciamos cada frase estamos sometidos a reglas que exigen respeto a un orden de concordancias. Lo neutro, en cambio, permitiría esquivar dichas coacciones. Por usar otra célebre tesis de Barthes, el estilo neutro es aquel con el cual la literatura contemporánea da cuenta de la crisis histórica; el "grado cero" de una escritura ?había dicho veinte años antes? es una marca de modernidad radical.

Lejos de la extravagancia o del capricho estelar, el tema de su curso es por tanto desenlace de un antiguo programa de investigación sobre las relaciones entre lengua y sociedad. Con todo, en 1978, terminó sufriendo una curiosa redefinición. Su interés por lo neutro como "signo" de la historia, esencial en sus trabajos previos, sufrió un eclipse. En su etapa más politizada, Barthes había definido a la escritura neutra como solidaria con las conmociones del "mundo burgués". Años más tarde, y ya aplacados los fuegos subversivos de la protesta estudiantil de 1968, lo neutro se cristaliza como concepto y no reconoce otras causas que no sean, por así decir, emocionales.

Lo neutro se volvió ese remanso que busca la fatiga, un sedante para el narcisismo, la paz que sortea las luchas, las constricciones morales o las imperativas tomas de posición pública que saturaron a los intelectuales sesentistas. De los miembros de su generación, Barthes fue quien mayor fidelidad guardaría al legado filosófico de Sartre; pero en este curso toma distancia. Porque lo neutro plantea una alternativa al compromiso, consigna ética y poética del existencialismo que tiñó los debates de dos décadas. Un paradigma político muestra aquí síntomas de agotamiento; en estas clases, y mucho antes de que los heraldos culturales del neoliberalismo comenzaran a celebrar, se percibe que un gran relato épico está concluyendo.

Barthes aspiraba, simplemente, a una pausa respecto de la exigente moral militante. Su viejo intento por desconectar discurso y poder, aún defendido con vigor en su ingreso al Collège, perdía mordiente pública. Lo neutro significó una pieza clave para esa operación; pero aquel programa, aunque siempre plasmado de modo fascinante, se inclinaba de pronto hacia lo privado. Pareciera que una compleja coyuntura lo hubiera desbordado; en ella se combinaban desgracias personales (la muerte de su madre para quien luego escribió su gran obra tardía sobre la fotografía como un largo epitafio) con desilusiones políticas y culturales mayores. Una frase ocasional del profesor revela la intensidad del momento: "Toda mi vida vivo este vaivén: atrapado entre la exaltación del lenguaje (goce de su pulsión, escribo, hablo, incluso como ser social, pues publico y enseño) y el deseo, el gran deseo de un descanso del lenguaje, de una suspensión, de una exención".

Leídas un cuarto de siglo más tarde se localizan en estas lecciones muchas señales del camino hacia el posmodernismo. Sin la prepotencia que llegó a asumir esa tendencia al volverse dominante, aquí se trata más bien de un estilo personal que defiende sus prerrogativas: la mirada inorgánica, concentrada en los matices, despojada de las grandes conclusiones y de otros procedimientos académicos habituales (el programa, la bibliografía). En 1978 Barthes está en el apogeo de su fama y de su reconocimiento institucional, pero el mundo se dispone a encarar una década que terminará desbaratando todas las ilusiones transformadoras que él había alentado al comienzo de su fulgurante carrera. Una nueva sensibilidad, a la vez subversiva y conservadora, se irá estableciendo lentamente en París y desde allí se proyectará hacia el mundo en lo que acaso fue la última campaña realmente napoleónica de la cultura francesa, tan sometida hoy al academic-way-of-life anglosajón.

Restos de su arraigada, siempre distinguida, combatividad se conservan en la voz del profesor agobiado. Aún resuena en ella el tono desafiante y la vocación por no proyectar apologías sobre lo existente, por desentrañar lo real, esa energía que el posmodernismo perdió cuando se limitó a hacer las paces con el mundo tal cual era, describiéndolo y festejándolo. Apaciguado político, Barthes murió en febrero de 1980 sin llegar a constatar la ironía de lo neutro. Progresivamente dueño de la escena, se tornó consigna canónica, banal. La época de la neutralización de la política, de su naturalización (el manido pensamiento único, por ejemplo) se iría asentando con la globalización. La demanda contra las alternativas de hierro de la modernidad, supuesto fascismo (cosa que sin duda también era), tendría como paradójica consecuencia la eliminación de las alternativas. No se hablaba más que del goce y del pluralismo; acaso se intentaba decir que los deseos habían entrado en una larga fase de suspenso.


Barthes básico

FRANCIA 1915 - 1980, CRITICO

Fino escritor, teórico y docente, tuvo influencia decisiva en la semiología y en la crítica literaria. Su "proyecto", se dijo, consistió en tratar la literatura como experiencia de la libertad. Inicialmente interesado por el carácter social del lenguaje (éste nunca es "neutro"), contribuyó a dar sentido teórico y a desmitificar a la semiología (rechazando su aspiración a ser una ciencia "cerrada"). Echó por tierra la idea de que el significado de una obra proviene de una realidad que representa o de una mente que expresa (lo llamó "la muerte del autor").


Así escribe: "Contra la entrevista"

La respuesta: parte del discurso constreñida por la forma "pregunta". Quiero señalar que siempre hay un terrorismo de la pregunta; en toda pregunta está implícito un saber.

La pregunta niega el derecho a no saber, o el derecho al deseo incierto en algunos sujetos ?entre los cuales me cuento?, toda pregunta desencadena cierta agitación; sobre todo si la pregunta es, o se pretende, precisa (la precisión como poder, intimidación: el gran truco de poder de la ciencia) siempre, ganas de responder sin precisión a las preguntas precisas (...) toda pregunta puede ser leída como una situación de cuestionamiento, de poder, de inquisición (el Estado, la burocracia: personajes muy cuestionadores).

Misma situación de poder en las entrevistas:

a) presupone que uno sabe responder a las grandes preguntas -disertaciones (¿qué es la escritura? ¿la naturaleza?, ¿la salud?, etc.), que uno debe interesarse por la pregunta, que debe aceptar la manera en que está planteada;

b) la multiplicación de las entrevistas, la arrogancia, la conminación de la demanda: índice del ascenso actual del periodismo como poder.

Entrevista (preguntas sobre todo): derecho a regalía del periodista sobre el entrevistado.

Entrevista: tiende a reemplazar a la crítica (...) No vale la pena comentar un libro: interroguemos al autor; pero el derecho, la influencia del periodista (su voz distante) vuelve bajo la forma del presupuesto de las preguntas, del terrorismo de la pregunta: periodista: una especie de agente de policía que nos quiere, que nos desea el bien, pues nos da la palabra y nos abre la publicidad. (...)

Pregunta: quizá la peor de las violencias. Recordar la afirmación freudiana: toda pregunta: voluntad de saber sexual (interrogación sobre la escena primitiva). En este sentido, toda pregunta es indiscreta, es ?cualquiera sea la sublimidad de los contenidos? búsqueda de la sexualidad del otro cuál es tu sexualidad voyeurismo, obligación a la exhibición.

De "Lo neutro - Curso del Collège de France, 1978", Buenos Aires, Editorial Siglo XXI, 2004. Trad. de Patricia Willson..."

Tomado de: Revista Cultura Ñ, Clarín.
 
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